Ni el propio Asimov podría haber imaginado que el destino de La Tierra fuera a depender de una flor tan simple, aunque bonita, como la violeta.
Ya habían pasado treinta largos años desde la ocupación de los Bluaola, esos altos y afilados seres azules, rojos y morados. La Tierra se vio incapaz de defenderse y los gobiernos acabaron aceptando sus exigencias. Y ahora todo el planeta cultiva miles y millones de flores, frutos y pla...