Párnaso, Campos Elíseos, Nirvana, Olimpo... Bueno, ustedes saben de qué se trata cuando hablamos de las Neometrópolis que se alzan a kilómetros sobre impresionantes columnas, por encima de nuestras chabolas, favelas, etc. Solíamos protestar contra la desigualdad, pero era difícil que nos oyeran desde allá arriba. Los aerotransportes no podían verse por las nubes y la contaminación. Lo único que conocíamos de aquellas urbes, eran los desperdicios que prodigaban generosamente a los habitantes del suelo árido y contaminado. Sabíamos, eso sí, que se llevaban casi toda el agua hacia arriba, dejándonos el agua de peor calidad. De ser por ellos, se hubieran ido al espacio hace tiempo, pero aún no inventaban cómo extraer agua y aire del vacío estelar. Muchos morían acá abajo. Ni siquiera podíamos subir a trabajar, con tanta máquina automática que nos reemplazaba. La gente empezaba a dejarse morir. Supongo que eso era lo que querían los de arriba. Pero un día, un jovencito que vivía junto a las columnas nos habló de su idea. Mucho revuelo se armó: unos decían que era un genio, otros lo tachaban de iluso, pero siguió hablando hasta convencernos. Iba a ser un esfuerzo titánico, pero valdría la pena si daba resultado. Durante los siguientes meses, la idea se extendió por todo el planeta. Coordinar cómo se iba a realizar y cuándo exactamente, fue extenuante, pero se hizo. ¡Quién lo hubiera creído! Unos días después, los dirigentes bajaron en sus silenciosas barcas voladoras a ¡negociar! con nosotros. No sólo se aparecieron en nuestra población, sino que bajaron en todo el planeta. Humillados, tuvieron que aceptar que los recursos naturales se repartirían equitativamente. Y tuvieron que comprometerse a solucionar nuestra inmunda situación. En realidad sus personas, antes imponentes, ya apestaban igual que nosotros. ¡Todo lo que logramos exclusivamente con bloquear su alcantarillado!