La Séptima es borrosa
- Gabriela Minaggia
- 13 may 2018
- 6 Min. de lectura

La séptima es borrosa. - ¿Me estás cargando? -No, en serio, te digo, te digo, es verdad, si vos ponés la mano en una foto te da una sensación de calor cuando la ponés arriba de las personas vivas y una sensación de frío si las personas están muertas. - ¡Dejate de joder, Carolina! - Y vos, y vos, y vos ¿Te vas a ir a dormir? - ¿Yo? ¡No! Estoy de guardia. - ¿Otra vez? - Me muero muerto, sí, otra vez. - O sea que le estás cubriendo el turno a otro, onda nochero, y vas a firmar con un apellido común. No es una pregunta. - No sé si está conversación sigue, o ya la estoy soñando o… - No soñás, pero yo me duermo. - Buenas noches Carolina. - Caracol. - Buenas noches caracol. - Buenas noches cucaracha. Cinco camas, dos con resortes, en una hacen ruidos como gritos, en otra sobresalen el colchón, dos sin resortes, de madera, una que se hunde, las maderas están rotas en la zona lumbar, de uno, no de la cama, y que genera una sensación de mareo cuando uno se levanta después de dormir en ella cuanto menos interesante, una enfermera que no se puede jubilar, y esto es así, porque efectivamente se jubiló y la tomaron como contratada para que cobre la jubilación junto con el salario mínimo y pueda gozar de una pobreza digna, la puerta blanca, descascarada, pero con dibujos de hijos, sobrinos y nietos pegados, con cinta scotch y uno con un pin, rojo, no, no rojo, naranja, un perro, que siempre sabía acercarse a las personas que estaban enfermas, un perro que otrora fue el líder de una banda que robaba pan, rompía las bolsas de basura y otros crímenes ruines. Un perro negro, peludo, con rulitos, sin un ojo y viejo. Un perro que ahora es de los chicos de seguridad. Y un viaje en tren y luego en colectivo, en menos de dos horas y por eso el boleto del colectivo vale el 50% menos, ojalá fuera el del tren, que es más caro. Gotitas para los ojos, carboximetilcelulosa sódica 1%, ojos rojos, por no dormir. La guardia era larga, el edificio era histórico. Ella entra, María Macarena, MM, con su celular, sacado fotos para subirlo a Instagram, la que subió una foto sonriente con el cartel que decía “Residente María Macarena Medina”, aunque era concurrente, concurrente de oftalmología. -A Pablo se le metió una astilla de vidrio en el ojo. Decime de dónde salió la astilla de vidrio porque yo no puedo: - Le dijo a él acostándose en la cama que tenía los resortes para afuera, ya ni hacían muecas de dolor. -Yo me tengo que ir, tengo tres pacientes: -Dijo él poniéndose de pie. -Cuatro. - ¿Perdón? - Cuatro: -Dijo ella y le señalo el escritorio con la enfermera y con un librito donde figuraban sus pacientes. - ¿Por qué estabas mirando lo que es para mí? - ¡Aguantá, que le pegué una ojeada! Algo que se ve con tanta facilidad, mal puede ser un secreto. Lo que te da bronca a vos es que no podés dormir una hora más. -Y sí, obvio, loco, si tenemos sueño, no damos más ¿Sabés lo que está mal? Que los horarios y toda esta mierda la arreglan gente que no está nunca acá. -Momento, que a usted por lo menos le pagan. En ese instante María Macarena se acercó a él y le dio una palmaditas en la espalda ofreciéndole una sonrisa alentadora. Él suspiro, fuerte, exageradamente fuerte, le devolvió la ofrenda y se fue. Agarró el libro sin siquiera mirar a la enfermera y le pegó una ojeada, una endoscopia, una cesárea, una apendicectomía laparoscópica, ahí se iba a tener que quedar en el quirófano, y finalmente una extracción de un forúnculo con pus. - ¿Tenés sueño?: -Preguntó Roque, el camillero mientras pasaba, sin camilla, pero igual de rápido y con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante, como el conejo de Alicia en el País de las Maravillas, excepto que, en vez de reloj, llevaba una camilla invisible, siempre. -Todo el sueño, todo el tiempo: -Se limitó a contestar, mientras fue a los lockers a buscar sus elementos de trabajo. Y si no hubiera tenido sueño, quizás hubiera sido otro día, otra noche, otra guardia, pero no lo era, porque el sueño lo hacía estar más alerta, pero ese estado de alerta raro, empañado, con la cabeza embotada y nublada, pero ahí estaba, borrosa, pero estaba, una séptima línea en su elemento de trabajo, el usado para abrir la tráquea, en el que anotaba las muertes de cada uno de sus pacientes. Las primeras tres, no fueron suyas, era estudiante, estudiante, pero la vio, estudiante de una profesión que se decía arte, con juramento, que mató, mató, mató a un hombre y dos mujeres, a la cuarta, se le hinchó la glotis, la quinta era alérgica a un medicamento, y no se lo habían dicho, el quinto había fumado antes de la intervención quirúrgica y había dicho que no y la sexta, la sexta se había intentado suicidar, era un cuerpo que no quería vivir y no vivió, pero ahora había una línea, una séptima línea, que él no había hecho y que anunciaba la muerte de alguien que todavía no había muerto -No, te digo que ya se terminó, no siente curiosidad por mí:-Dijo Carolina. -No lo sé, encima no es un rayón o algo así, es sutil: -Dijo él todavía examinando todo, todavía pensando. - ¿Seguís con eso? : -Preguntó ella. -¡Alguien se va a morir! :- Exclamó. -Alguien somos todos, porque todos nos vamos a morir: -Respondió ella. -Es una tontería, cuando te estoy diciendo que alguien se va a morir, alguien se va a morir. -Una conclusión totalmente racional sacada de premisas totalmente racionales… -¿Y si vos no sos real? : -Preguntó de pronto. -¿Perdón? -¿Hace cuánto que no nos vemos? Solamente hablamos. -Te lo pido por favor, me tenés en redes sociales, ni siquiera sé qué decirte, estos turnos te hacen mal. -Guardias. -Lo que sea, claramente bien no te hace. El perro empezó a ladrar, no, no a ladrar, a ladrarle a él. -¡Este perro! ¡Tengo que cortar! : -Exclamó él. -¡No, no! ¡Yo te corto a vos! Ya que se niegue mi existencia me parece de terror ¿Sabés qué? ¡Llamame! A ver si te atiendo: -Dijo Carolina cortando el teléfono. La endoscopia y la cesárea salieron bien, nació un bebé, nació un bebé y no se acordaba del nombre, ni del peso, alguien le había dicho el nombre, había sido la enfermera o la médica, sí se acordaba del peso de la madre y entró y salió. Siguió caminando, resbaló de forma poco decorosa en una parte del piso que estaba húmeda y pedir un aviso era algo de una ridiculez inusitada. Ya se le nublaba la mente del cansancio, en ese momento donde el cerebro se sentía embotado, y el perro que lo perseguía por todos lados, se suponía que tenía que estar con los chicos de vigilancia, y con el cerebro nublado, donde se intensifican los sonidos, no, no los sonidos, los ruidos y lo único que pide el cuerpo es irse a dormir o a dormir, pensó en los priones, esos virus que no eran virus, que eran proteínas infecciosas que causaban enfermedades neurodegenerativas crónicas, pero, en verdad, estaban, siempre estuvieron en todos los individuos, de forma inocua, silenciosa, sin función conocida, pero sin causas un daño aparente, pero que de pronto, por motivos que aún se desconocen, la proteína normal que se expresa en el cerebro, se transforma en patógena y listo, es mortal, te vuelve loco, que palabra poco académica, pero para un cerebro sin dormir todas las palabras que posee son lo mismo. Pensó en si él estaba loco, en si alguna vez no lo estuvo o si estaba en proceso de volverse loco, en si alguien normal debería siquiera preocuparse por una séptima línea borrosa y pensó en Caro, en que tendría que llamarla y disculparse por dudas de su existencia. Eso lo hizo reírse en voz alta. No podía llamar a alguien para disculparse por eso. En medio de su estado de duermevela le dijo a la enfermera que ella era una “pobre digna” y ella le respondió que él era un “pobre” pero seguido de otra palabra. Antes de seguir haciendo el ridículo prefirió irse a dormir un rato en una suerte de recreo autoimpuesto. Autoimpuesto, porque al no haber casi nadie de personal y mucho menos un superior.
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