Dentro de estas paredes estoy solo. Estoy completamente solo y rodeado por su sonido, un sonido torturador y triste. En esta soledad continúo escuchándolo. Sigo escuchando su corazón. Está latiendo a mi alrededor. Han pasado tres semanas desde que tuve la oportunidad de ser uno con ella, tres semanas desde que llegaron e interrumpieron nuestra unión. Esa fue la única posibilidad para mí de lograr mi completa tranquilidad, la culminación de dos corazones latiendo unidos como una máquina compleja en un ritmo pacífico.
Vivía en un barrio de clase media, hermosas casas y espacios abiertos, el tipo de barrio donde a muchos les gustaría criar a sus hijos. Era el lugar perfecto para tener niños jugando en la calle, corriendo bicicleta, caminando con disfraces durante Halloween o buscando huevos de colores en Semana Santa. Esa es una experiencia que yo no tengo y que probablemente nunca tendré. Después de seis años de matrimonio, mi esposa, Ambar me dejó. Hace tres años, se marchó con uno de sus amigos y se mudaron a otra ciudad. Ahora tienen un niño pequeño de un año; al menos, eso fue lo que su madre me contó la última vez que intenté contactar a Ambar. Su familia no quería darme información sobre ella. Ellos nunca me aceptaron. Se pasan diciendo que la torturaba mentalmente. Dicen que la manipulaba y ahora están felices por la decisión que ella tomo de abandonarme. Durante tres años estuve completamente solo en ese barrio encantador, en esa casa vacía. Allí, en mi soledad, encontré mi perdición.
Ella era unos años más joven que yo, muy hermosa y con un gran cuerpo atlético. Soltera. Lo sé porque durante mucho tiempo la estaba observando. Se parecía a Amber cuando nos conocimos hace muchos años, durante mi segundo año de universidad. Pero su similitud con Amber no era la razón de mi obsesión con ella. El motivo de mi obsesión fue algo más profundo, más personal. Corría todas las tardes, con sus pantalones cortos y su corpiño deportivo, exhibía su esculpido cuerpo, se notaba como sus senos brincaban maravillosamente por el ejercicio, su entrepierna perfectamente marcada, pero eso tampoco era el motivo. Después de que Amber se fue, quería estar solo, pero todavía tenía que pagar la hipoteca y demás cuentas. Soy médico, psiquiatra y aún tengo mi consultorio con algunos clientes, no con la gran cantidad que tenía antes, pero sí lo suficiente como para sobrevivir. Como no tenía una gran cantidad de clientes, tuve la oportunidad de pasar mucho tiempo en la casa. Pasé la mayor parte del tiempo sumergiéndome en los viejos álbumes de fotos de Amber y de mí, y desde allí, mirando por la ventana de mi sala de estar, siempre la veía llegar de su rutina de ejercicios. Su corazón excitado, cansado por la carrera, latía tan fuerte que podía escucharlo invadiendo mi casa, llenándola con su profundo y rápido palpitar. Entendí cómo su pequeño corazón me llamaba. Comprendí que ese pequeño corazón era un sustituto de mi obsesión con Amber. Entendí cómo necesitaba tener su corazón.
No importaba que viviéramos, literalmente, uno frente al otro y aunque la estuve observando durante mucho tiempo, hasta entonces nunca habíamos tenido una presentación formal. Nuestra relación era simplemente una casual y distante, la forma de vida impersonal moderna; el producto de vidas ocupadas. Ni siquiera éramos amigos, pero sabía que necesitaba ganar su confianza si quería tener su corazón. No pasó mucho tiempo cuando comenzamos a compartir más palabras y más sonrisas. Durante los días siguientes aumenté mi contacto ocasional con ella. Primero aprendí su nombre, Megan. Más tarde, me enteré de que ella era contadora y trabajaba para una de las grandes firmas de la ciudad. Su empresa estaba teniendo mucha presión por parte de sus inversores y sus responsabilidades la estaban perturbando. Vi mi oportunidad de estar más cerca de ella. Le conté sobre mi especialidad y sobre mi consultorio privado, pero ella no quería una cita. Me dijo que el entrenamiento era suficiente terapia para relajarla. Evalué mi enfoque y sabía que necesitaba ajustar mi plan. Cautelosamente, comencé a cambiar mi estrategia y, a veces, en la tarde, cuando ella llegaba de su entrenamiento, la recibía con un vaso de agua. Ver su sudado cuerpo era excitante. Hablábamos sobre diferentes cosas, naturaleza, lugares, películas, noticias, pero nunca mencioné nada que le recordara cómo se sentía en su trabajo. Necesitaba que estuviera relajada, quería que se sintiera segura conmigo. Después de varias semanas, decidí invitarla a una cena en mi casa. No estaba seguro de si ella estaba dispuesta a aceptar, pero para mi sorpresa lo hizo en el primer intento y finalmente tuve una oportunidad. Eso fue hace tres lunes e hicimos planes para la noche del viernes de esa misma semana. Pasé el día preparando el comedor para nuestra velada. Tenía flores en la mesa, en el estante de libros y en cualquier espacio disponible. Eran rosas rojas y blancas. Esas flores fueron la mejor selección. El dulce aroma de esas bellezas naturales trajo la sensación y la atmósfera de la primavera a la casa. En la radio, tocaba música clásica suave y lenta, un CD de mi compositor favorito, Franz Schubert. El volumen era muy bajo; lo suficiente como para penetrar en los oídos de la misma manera que el cantar de los pájaros nos deleita en las mañanas. Junto a la mesa tenía una botella de vino tinto colocada en un cubo lleno de hielo, copas y un juego de platos de porcelana, los que Amber y yo compramos la semana después de nuestra boda con los cubiertos de edición limitada. También tenía algunas velas no aromáticas, solo para el ambiente romántico. No quería que las velas enmascararan el olor de las rosas. Eran las siete de la tarde cuando llamó a la puerta. La abrí lleno de emoción. Ella estaba vestida con un vestido negro y rojo, tipo casual de una pieza, largo hasta las rodillas con mangas cortas. Sus pequeños senos se marcaban tentadoramente en su traje. Tenía su cabello rubio completamente suelto, sus ojos verdes eran como esmeraldas adornando su cara de muñeca de porcelana. La invité a entrar.
--- Hola Megan, te ves fantástica. Tengo casi todo listo, solo falta el plato principal.
---Me encantaría ayudarte. --- Respondió, una hermosa sonrisa apareció en su rostro.
---No podría hacerlo sin ti. --- dije y le devolví la sonrisa.
Caminé y ella me siguió. No pudo ocultar su sorpresa cuando vio las velas que ardían alrededor de la mesa y las rosas que adornaban el lugar. Respiró profundamente para capturar el dulce aroma de las flores. Caminó graciosamente con la música de Franz Schubert.
---Es hermoso. Realmente sabes preparar una noche romántica. Estoy muy impresionada--- dijo mientras yo le mostraba el camino hacia la cocina. Una vez allí, fuimos directamente a la estufa. Tenía dos ollas listas. En una de ellas, estaba hirviendo algunas verduras; tenía zanahorias, unas rodajas de repollo, unas patatas rojas y un puñado de espárragos; en el otro tenía un curry tailandés picante. ---Esto luce bien. ¿Cómo puedo ayudar?
---Me vas a ayudar con la carne para el plato principal. --- Respondí tranquilamente.
Tomé el cuchillo más grande. Megan estaba moviendo las verduras y me acerqué a la carne cruda. No perdiendo tiempo, le puse el cuchillo encima. La hoja brillante se movía con facilidad dentro de la tierna y fresca carne. Megan puso sus manos sobre las mías, muy lentamente retiré mis manos, dejándola apretar el negro mango de ese instrumento afilado. Encendí la otra olla, la del curry picante. Lo calentaba para añadirle el trozo de carne. Saqué las verduras del agua mientras Megan todavía tenía las manos en el cuchillo. Lo tomé para hacer el corte. Para tener la porción más tierna y jugosa, necesitaba pasar por algunos huesos. Usé una pequeña hacha de cocina. Pensé que iba a ser más difícil de cortar, pero fue fácil hacerlo y pronto tuve lo que quería. Con mi mano desnuda tomé la roja y jugosa pieza y la coloqué dentro del curry previamente calentado. Dos gotas de sangre cayeron al suelo dejando un par de marcas rojas en las baldosas blancas. No muy lejos, más sangre cubría el piso. Megan estuvo a mi lado todo el tiempo. Unos minutos más tarde la comida estaba en el comedor.
Abrí el vino, una botella de Chateau Monbousquet St. Emilion Grand Cru 2006. Lo dejé respirar antes de poner un poco en mi copa. Estaba listo para comer cuando un fuerte y pesado ruido anunció la llegada. Rompiendo la puerta y varias ventanas entraron a la casa, y en unos segundos yo estaba rodeado por una docena de policías. Algunos de ellos apuntaban sus armas hacia mí, otros se movieron hacia las otras habitaciones. Uno de ellos entró en la cocina y la casa hizo eco de las dos únicas palabras que pudo decir: “¡Dios mío!". Todavía estaba mirando mi plato. Mi único deseo era comer la preciada piesa de carne que tenía frente a mí. De repente, sentí el peso de alguien empujándome al piso y una rodilla sobre la parte posterior de mi cuello. Mueven mis brazos sobre mi espalda para contenerme. El abrazo de las esposas marcó el fracaso de mi casi perfecta velada. Sobre la mesa, en mi mejor vajilla, estaba el corazón intacto de Megan. Su cadáver estaba en el suelo de la cocina con un hacha ensangrentada y un cuchillo a su lado. Supongo que alguien escuchó sus gritos. Esa noche perdí mi única oportunidad de poner fin al sufrimiento eterno que ella era para mi, y que todavía es. Ahora, miro cómo pasan los días, caminando de una esquina a otra, dentro de mi polvorienta y pequeña celda de este manicomio. Dicen que estoy loco, mentalmente enfermo, desequilibrado, pero solo estoy atormentado porque todos los días y noches escucho sin parar, los latidos continuos, monótonos y horrendos de su maldito corazón.