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1999-2019: Veinte años de “La amenaza fantasma”


"Lucas planteó las precuelas como un artista que no quiere repetirse"

“La amenaza fantasma” ha sido, probablemente, la película más esperada de la historia del cine. Toda una generación de aficionados a nivel mundial se había educado, cinematográfica y sentimentalmente, idolatrando la Trilogía Original de Star Wars. Dieciséis años después de la última entrega, “El retorno del jedi”, llegaba el esperadísimo Episodio I. La ilusión de regresar a la infancia, por parte de una generación que empezaba a desembarcar en el mundo adulto y en sus responsabilidades y angustias, provocó una expectación inusitada. Esa expectativa desbordante fue, casi con toda seguridad, lo que llevó a un profundo desencanto por parte de algunos seguidores, aunque no de todos. Las críticas no se hicieron esperar, y eso que internet aún no había dado lugar a la creación del concepto “haters”. Pero esas críticas ocultaban que otros aficionados sí habían conectado con estas películas y sobre todo impidió descubrir que las nuevas generaciones se habían enganchado a las precuelas como sus padres a la Trilogía Original. Así lo ha reconocido recientemente el actor Ewan McGregor, quien ha reivindicado tales películas afirmando que “las precuelas significan mucho para quienes eran niños entonces”.

Ahora, veinte años después, con la distancia que da el tiempo, y con la ampliación del Universo Lucas a través de la Compañía Disney, cabe preguntarse: ¿Estuvo justificada la frustración de una parte de los seguidores de Star Wars? ¿Es “La amenaza fantasma” mejor película de lo que han llegado a afirmar sus detractores? Estas son algunas de las preguntas que vamos a tratar de responder en el presente artículo.

Uno de los grandes problemas de las precuelas fue la apuesta de George Lucas por ofrecer una estética distinta a la que sus seguidores esperaban. La Trilogía Original se había basado en un universo de frontera, con “basura de alta tecnología”, y un sistema político abocado a una guerra civil perpetua que ofrecía una estética militarista por parte del Imperio y austera por parte de los Rebeldes. En cambio, las precuelas mostraron una paleta colorista, refinada, cosmopolita y civilizada. Lucas se atrevió a romper con el sustrato icónico que sus seguidores habían idealizado y muchos no se lo perdonaron, o no fueron capaces de comprender que sencillamente la infancia había quedado atrás. Se le suele echar la culpa a los efectos CGI, a la pantalla verde, anteponiendo la artesanal stop-motion que había predominado en las tres primeras entregas, pero lo cierto es que Lucas había revolucionado el cine a finales de los 70 con un “sentido de la maravilla” espectacular y pretendía volver a hacerlo a comienzos del nuevo milenio con el inicio de la revolución digital.

El problema fue más bien el cambio de estética y de concepto (tonos coloristas y galaxia civilizada), no el de herramienta. Y sin embargo, ese cambio estaba más que justificado. En primer lugar porque Lucas planteó las precuelas como un artista que no quiere repetirse, que ha dejado su sello con un estilo y quiere evolucionar de forma creativa. En segundo lugar porque tenía muy claro el contenido de las nuevas historias y cómo debía enlazarlas con las tres primeras entregas. La lejana galaxia tenía su propio proceso histórico interno. Las precuelas debían mostrar un tiempo de eclosión cultural, un mundo civilizado al borde de su extinción, pero todavía esplendoroso antes de los “tenebrosos tiempos” a los que se refería Obi-Wan en “Una nueva esperanza”. Esta sería la explicación que permite pasar de los elegantes y esbeltos cazas de Naboo a los sobrios X-Wing. De una tecnología casi artesanal, a una producción industrial en cadena. El golpe de Estado del canciller Palpatine, a modo de teoría del shock de la Escuela de Chicago, suponía el fin de ese mundo refinado y el inicio de una interminable guerra entre el Bien y el Mal, por lo que no podía mantenerse la misma estética siendo las precuelas un periodo de esplendor y la Trilogía Original una época militarista. Si se hubiera mantenido la estética y el concepto de las primeras películas, las precuelas no habrían tenido sentido. Por parte de Lucas fue una apuesta arriesgada, lo que convierte al cineasta californiano en un artista, no en un simple productor en busca de dinero fácil con la repetición. Es en la evolución interna de la lejana galaxia donde radica la originalidad del universo Star Wars, a diferencia de otras space opera cinematográficas donde ni siquiera se plantean estas transformaciones históricas.

Otra de las críticas que recibió “La amenaza fantasma” fue su excesiva politización, frente a la ingenuidad de las primeras entregas, y de forma paralela el abandono del territorio de frontera, el “Borde exterior”, ubicando excesivamente la acción en el centro neurálgico de la galaxia, el planeta Coruscant. Curiosamente, “La amenaza” fue la película más criticada de las precuelas y es la que menos escenas tiene en la capital de la República. Casi toda la acción transcurre en Naboo o en Tatooine, es decir, en planetas exteriores. En cuanto a la politización, además de suponer un rasgo de maduración en una saga a la que siempre se le había acusado de infantil, era fundamental para explicar la caída de la democracia y el advenimiento de la tiranía sith, es decir, era necesaria para comprender la desaparición de la Orden Jedi, “guardianes de la paz y la justicia en la República”. ¿De qué otra forma se puede mostrar la desaparición de los jedi sin contar al mismo tiempo la extinción del sistema político de los que eran guardianes?

Hechas estas puntualizaciones, ¿qué virtudes mostraba “La amenaza fantasma” y que quedaron ocultas para algunos de sus seguidores? En primer lugar se trata de una de las películas más complejas en cuanto a estructura argumental, y no solo de la saga. Si Star Wars tiene una gran virtud es que, utilizando un lenguaje narrativo muy sencillo, apto para diversos tipos de espectadores, al mismo tiempo presenta estructuras argumentales muy elaboradas, mucho más que la mayoría de las películas que se realizan en la actualidad, con varias tramas y subtramas que se entrecruzan en la narración. Esta virtud aparece con toda claridad en “La amenaza fantasma”. Las tramas se enredan formando una filigrana muy difícil de construir, pero que Lucas resuelve, por lo general, con una gran pericia. Podemos hablar de hasta cuatro tramas principales, cuando la mayoría de las películas, como mucho, presentan una única línea de desarrollo. Serían: el bloqueo del planeta Naboo por parte de la Federación de Comercio, el resurgimiento de los sith, el descubrimiento del Elegido y el ascenso al poder del senador Palpatine. A ellas hay que añadir un sinfín de subtramas que hacen del Episodio I una película sorprendentemente elaborada: las relaciones maestro-aprendiz entre Qui-Gon y Obi-Wan, los recelos finalmente superados entre naboos y gungans, el encuentro entre Anakin y Padme que tantas repercusiones tendrá posteriormente o las dificultades para abandonar Tatooine. En este sentido el Episodio I respondió a lo que se espera de una película de Star Wars: lenguaje cinematográfico aparentemente sencillo y estructura narrativa compleja. A todo ello se añade un ritmo constante, sin interrupciones durante casi toda la película, una producción fascinante y un “sentido de la maravilla” único.

Aun así, “La amenaza fantasma” no es perfecta, ¿qué película lo es? El Episodio I, a pesar de contar con una sorprendente fluidez narrativa y con una gran agilidad para fundir tramas y subtramas con magistrales escenas de acción, cuenta con dos inconvenientes, aunque sean menores. Por una parte el personaje de Jar Jar Binks, que aunque no sea tan odiado por aquellos que vieron la película siendo niños, es un intento frustrado de realizar el típico escape humorístico. El problema es que se basa en una forma de humor, el slapstick o comedia física, que no suele ser muy apreciado en la pantalla grande, a pesar de contar con grandes cómicos clásicos como Harold Lloyd o Buster Keaton. Este tipo de humor parece que ha quedado enclaustrado en la televisión (Goofy o Mr. Bean) y no conectó con los aficionados más veteranos.

 

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Por otra parte, la película es una filigrana narrativa, pero en el último giro de guion, cuando los protagonistas se encuentran en Coruscant y deciden regresar a Naboo para liberar al pacífico planeta de las garras de la Federación de Comercio, se antoja una decisión argumental algo forzada. Han estado hora y media de metraje intentando llegar a la capital de la República para volver casi de inmediato a Naboo, lo que parece una contradicción que en cierto modo descoloca al espectador. Pero afortunadamente, Lucas llega pronto al punto donde quería. Comienza la acción, con media hora espectacular de batallas, asaltos y duelos con espada láser. El encadenamiento de escenarios bélicos solo está a la altura de un gran director y montador, es decir, de George Lucas, que plantea como nadie la sucesión de escenarios: el asalto al palacio real de Theed, la destrucción de las naves de control de la Federación, la batalla campal entre gungans y droides, o el duelo a tres entre Qui-Gon, Obi-Wan y Darth Maul.

A estas ideas podrían sumarse otras muchas virtudes, como el inicio de la película lleno de silencios y suspense, o algunos puntos visuales y argumentales que generan inquietud en el espectador, como la primera aparición holográfica de Darth Maul o el diálogo entre Qui-Gon y Shmi sobre el nacimiento sobrenatural del futuro Vader.

En definitiva, veinte años después no cabe mejor recomendación que volver a ver “La amenaza fantasma” sin los prejuicios de la nostalgia o de la expectativa, disfrutando de un espectáculo cinematográfico puro, que además, después de dos décadas no ha envejecido, a diferencia de lo que suele ocurrir en muchas ocasiones con el cine de ciencia ficción basado únicamente en la novedad de unos deslumbrantes efectos especiales, que pronto pasan de moda. Hay que redescubrir “La amenaza fantasma” desde otra perspectiva, porque como asegura Qui-Gon Jinn “nuestro enfoque determina nuestra realidad”.


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