Un buen libro de fantasía ha de envolver al lector, hacerle viajar a través de sus páginas al mundo creado, permitirle contemplar los paisajes, escuchar los sonidos, percibir los aromas… y en esta novela el autor lo logra a la perfección. La ambientación es magnífica y el lenguaje culto y rico. Los paisajes, muy dispares, están perfectamente descritos, de forma que lo mismo sufriremos el olor rancio y pestilente de una inmunda ciénaga, como contemplaremos la majestuosidad y el lujo del Gran Templo Dorado. Se trata de un libro que recuerda a los clásicos, si bien también es muy innovador, porque incorpora elementos futuristas que rompen y contrastan con el resto de la ambientación, dando un toque muy original al mundo creado. Los personajes están muy bien perfilados y, aunque son muchos los que intervienen en la novela, cada uno ocupa un lugar muy concreto y definido. Todos tienen un papel muy importante, y aunque van apareciendo por separado, van a confluir juntos en un magnífico final. Es una novela para leer despacio, disfrutar del lenguaje empleado, dejar que nos inunde los sentidos, aprovechar el viaje a este mundo de fantasía y volver a la realidad sabiendo que hemos vivido una bonita experiencia en un mundo muy distinto.