"Relato de terror doméstico"
La ducha relajante es el mejor momento del día. Me ayuda a empezar sin prisas. Despertarme poco a poco y hacer que mis sentidos se reseteen. Dejo resbalar sobre mi cuerpo el agua, casi a punto de ebullición, mucho más de lo ecológicamente necesario. Lo siento, medioambiente, este es uno de mis guilty pleasures favoritos.
Hoy, el vecino de al lado ha decidido fastidiarme el momento. Concretamente, ha decidido hacer obras en su baño. Cuando siento el arranque del taladro, todo mi cuerpo se tensa. Es uno de los ruidos más insoportables que conozco, me recuerda al torno del dentista.
Intento evadirme, pero no resulta posible. Siento el taladro tan cerca de mi cabeza, que parece que vaya a atravesar la pared. Me rio al pensar en Maite, la chica de la limpieza, seguro que dirá que hace un agujero para verme desnuda. Tengo que darme prisa, debe estar a punto de llegar.
Considero seriamente la posibilidad de que el taladro pueda traspasar la pared. Con estos tabiques tan finos nunca se sabe. Inspecciono las baldosas, pero no veo indicios. Intranquila, intento alejarme de la pared, pero no tengo margen de maniobra en esta bañera minúscula.
Inspiro intentando destensar la mandíbula y el vecino me concede una tregua. Hurra. A ver si consigo acabar de ducharme en paz. Oigo ruidos metálicos, como si manipulara el taladro. Acerco la cabeza a la pared, agudizando el oído, y en ese momento la vibración inicial del taladro me sorprende. Pero no tanto como la broca, que no solo ha atravesado la pared, sino que aún le quedan centímetros de sobra para trepanar mi cráneo, justo encima de la oreja derecha.
La queja no me taladres la cabeza, que tanto utiliza mi compañero de trabajo, cobra un significado literal. Mi último pensamiento es para Maite, que disgusto se va a llevar cuando entre y lo vea todo pringado de sangre, menos mal que la bañera es fácil de limpiar.
Fundido a negro.
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