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"La Tierra es el centro del Universo" o el maravilloso Geocentrismo fantástico.


Me maravillaba, cuando tenía yo 4 o 5 años, contemplar el cielo estrellado. Me maravillaba viajar con la imaginación a la Luna y a otros planetas y saltar de estrella en estrella. En mi imaginación de niño, el espacio era un lugar confortable, sin frío ni calor en el que te podías agarrar a la cola de un cometa y surcar el cielo de un extremo a otro. Además, si “El Principito”, el imperecedero personaje de Antoine de Saint-Exupéry, lo podía hacer con una bandada de pájaros, yo también lo podía hacer asido a la cabellera de un meteoro .

Creía a pies juntillas que uno se podía sentar en la punta de la luna creciente y observar como debajo de tus pies la gente del mundo hacía su vida normal. Y solo con desplazarse un poco poder deslizarte, cual tobogán cósmico, en los anillos de Saturno, con cuidado de no lastimarte con la punta afilada de alguna estrella, porque eran de hojalata. ¿O tal vez las estrellas eran bellas damiselas como las que exhibía Georges Méliès en su film “De la Tierra a la Luna”? Cuando viajase lo comprobaría in situ.

Pero luego mis padres, contando yo con 7 años, compraron una enciclopedia titulada “Maravillas del saber” de la editorial CREDSA y mi natural curiosidad por el espacio me hizo consultar dicha obra, y a medida que iba adentrándome en su lectura, abandonar esta idealizada visión del cosmos, en aras de otra, igualmente maravillosa, pero totalmente distinta, avalada por los incuestionables conocimientos científicos vigentes en aquel momento.

Resulta que el espacio era un lugar inhóspito, frío y letal. Que los cometas eran gigantescas rocas heladas y su cola un rastro de miles de kilómetros de materia evaporada. La Luna, era siempre redonda, y si parecía a veces una rodaja de melón era por un efecto de iluminación. El tobogán de Saturno eran millones de piedras y partículas orbitando alrededor de una gran bola de gas, y las estrellas, las estrellas eran inalcanzables e infernales explosiones nucleares en medio del frío vacío cósmico. Nada que ver con ese apacible y silencioso lugar para observar, recostado en la Luna, el bullicioso mundo terrestre.

Se podía decir que esta visión primigenia que de golpe me fue arrebatada, y que supongo se repetiría en más mentes infantiles, era un "Geocentrismo Fantástico" , una cosmovisión de un niño que aún no concebía distancias ni tiempos, y que suplía esa carencia con creatividad y fantasía para llenar y completar el universo que lo rodeaba.

La teoría geocéntrica (geo: Tierra; centrismo: agrupado o de centro), la antigua teoría que pone a la Tierra en el centro del universo, y los astros, incluido el Sol, girando alrededor de la Tierra, aunque completamente falsa, estuvo vigente en las más venerables civilizaciones arcaicas, madres del mundo cicilizado actual .En la práctica totalidad del mundo antiguo ésta era la visión del universo, y su versión más conocida la de Claudio Ptolomeo, visión y teoría que postuló en su obra El Almagesto , en el siglo II, y que se mantuvo en vigor hasta el XVI, cuando fue reemplazada por la teoría heliocéntrica. Hoy en día solo unos pocos humanos se afirman en esta visión cósmica, la mayor de las veces por cuestiones de creencias.

Pero aún hoy me fascina esta otra, errónea pero romántica, visión de la Tierra plana como centro del universo, cubierta por una gran bóveda celeste por la que se mueven, a poca distancia , el Sol, la Luna y los planetas sobre el fondo de las estrellas fijas y las constelaciones. No en vano durante milenios esta fue (con escasas excepciones) la cosmovisión predominante en el mundo, basada en la más pura y elemental percepción visual de lo que está sobre nuestras cabezas.

Sé que no es cierto, que solo es una ilusión, pero no se puede negar que el geocentrismo es, al menos, una bonita ilusión. Y como muestra aquí os dejamos esta colección de bellas imágenes que ilustran este artículo. Que las disfrutéis.


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