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Teomórfico


Había una vez un Niño superdotado que solía crear mundos y jugar con ellos. Le gustaba juntar formas y colores, dibujar superficies, establecer leyes y ciclos naturales, desplegar ecosistemas complejos, contextos cósmicos, para luego ver cómo todo evolucionaba. Como era un tanto solitario, su interés estaba concentrado en un particular tipo de cosas, aquellas que eran conscientes de sí mismas, que no resultábanle predecibles ni aburridas. Ahora bien, esas cosas eran muy torpes y destructivas. Así que necesitaba llevar a cabo una agotadora supervisión, además de intervenir con frecuencia para que sus creaciones se comportaran sensatamente y no se destruyeran unas a otras. ¿Cómo asegurarse de que aquellas creaturas dejen de pervertirse y arruinar todo lo que había a su paso? O, en términos más anacrónicos, ¿Cómo controlar la sociedad? En un principio había sido optimista, había aislado un puñado de ellos en un bello jardín lleno de comodidades, dándole unas pocas reglas sencillas. A pesar de eso, a la hembra se le ocurrió "hablarle a la serpiente", y junto al macho se alimentaron del "árbol prohibido". ¿Cómo habían podido ser tan brutos?, se había preguntado furioso el Niño. Al no hallar una respuesta, decidió expulsarlos al mundo virgen. A partir de ahí se limitó a observar cómo crecían y se reproducían. Sin embargo, al poco tiempo se dio cuenta que siempre acababan recayendo, obligándolo a intervenir. Después de reiteradas advertencias y castigos que parecían no surtir ningún efecto, no vio más remedio que enviarles un diluvio, que duró 40 días y 40 noches, acabando con todos. Le llevó un tiempo aprender que un contacto directo con cada una de sus creaturas no era demasiado conveniente. Siempre estaba evitando grandes catástrofes, e incluso parecía que se volvían cada vez más dependientes él. Por lo tanto decidió comunicarse sólo con algunos iluminados, personas que por propia voluntad lo escuchaban e incluso obedecían. La última de estas creaturas se llamó Jesús, el Cristo, a través del cual esperaba enviar un mensaje que no pudiera ser ignorado. Luego del sacrificio de Judas y su resurrección, lo retiró del mundo y envió a otros iluminados a escribir libros esotéricos que hablaran de lo allí sucedido. Eso tendría su efecto en algún tiempo, así que mientras tanto necesitaba delegar parte de sus tareas. Convocó a las mejores de sus creaturas para cuidar de las más descarriadas. Así creó a los reyes, luego la aristocracia. Pero los reyes fueron tentados por el poder, olvidaron sus consejos y se volvieron tiranos, mientras que los aristócratas, oligarcas. Ya había intentado con la moralidad, y no hacían caso. Su intervención directa había resultado drástica e inefectiva. La religión había degenerado en idolatría y pusilanimidad, los reyes lo habían traicionado. Hiciera lo que hiciera, la egocéntrica humanidad parecía resistirse a dejarse controlar. Se le ocurrió otra idea. Implantar las ideas en la humanidad, para que provinieran de ellos mismos, es decir hacer un origen. Reunió eruditos y les facilitó determinados libros. Así nacieron las logias y conspiraciones, después el Iluminismo, la Ilustración y el Renacimiento. El Niño comenzó a entender como las sociedades evolucionaban y reaccionaban a las ideas. Las ideas implantadas tuvieron una gran proyección, produjeron revoluciones y dieron lugar al nacimiento de nuevas formas de gobierno como la monarquía constitucional y la república liberal. Pero entonces volvieron a surgir imperios. Del mismo modo que había tenido que intervenir en la guerra de griegos y persas, o detener la sed de sangre de Alejandro Magno, esta vez tuvo que acabar con la vida de Adolf Hitler, que estaba en camino de conquistar el mundo y establecer un imperio colectivista y racial. Luego de esa sombría experiencia se dejó estar unas décadas. Volvió justo a tiempo para solucionar una falsa alarma que estuvo a punto de desencadenar un apocalipsis nuclear. Entonces realizó otro origen, con el objetivo de evitar la gestación de una guerra mundial con bombas atómicas. De ahí nacieron las Naciones Unidas. El siglo XXI fue uno de vertiginosos cambios, repleto de experimentos sociales espontáneos. Con esa amplia base de datos, el Niño estaba realmente cerca de comprehender profundamente el funcionamiento de la humanidad. Además, el tiempo lo había hecho madurar intelectualmente, volviéndolo menos maniqueísta, además de enseñarle a apreciar la riqueza y poder creativo de la diversidad. Ya no confiaba en concentrar el poder en un puñado de iluminados, ahora veía matices en sus creaturas y divisaba entre los colores una espontánea sinfonía, intentando entonar. Ya sabía por qué nada terminaba de funcionar. Había intentado que sea la moral quién dirija las sociedades, luego con la religión, la realeza, con los eruditos, los representantes del pueblo… Pero nada de eso había conseguido plenamente los resultados buscados, la humanidad siempre se apartaba del camino señalado, deviniendo en caos y dolor. Se había dado cuenta que en cualquier cultura había comportamientos indeseables, y que depender de la buena voluntad de las creaturas no era efectivo. Tampoco lo era el rigor, porque las sociedades se acostumbraban y aprovechaban cualquier oportunidad para estropearlo todo. Si ni la generosidad ni la severidad habían dado frutos, significaba que la humanidad quería regirse por ella misma. Así que decidió dejarlos a su propia merced. Que mande el azar, la escasez, la entropía. Pero antes, necesitaba hacer un último origen. ¿Cómo hacer que el panadero se levante a las tres de la mañana para que el pan esté listo a las siete? Obligarlo hacía al panadero infeliz, y al pan duro y seco. La respuesta era una serie de incentivos adecuados. Si velando por los intereses de los demás el panadero podía tener una vida confortable y "criar" saludablemente a sus hijos, entonces lo iba a hacer, no porque lo obligaran o porque le encantara madrugar, sino porque había "descubierto" una oportunidad y quería sacar provecho de ella. Claro que no siempre era eficiente, o seguro. Para inicios del siglo XXI la humanidad había deforestado la mitad de sus bosques, sólo por seguir las señales que el dinero les daba. Había contaminado los océanos y acumulado en la atmósfera gases de efecto invernadero, sólo porque tenía incentivos para explotar los recursos, pero no para preservarlos. Aun así, no podía renunciar a una idea tan poderosa, difícilmente podría hallar un sustituto mejor. ¿Cómo domar al león?, se preguntaba una y otra vez el Niño. No porque no supiera la respuesta, sino porque necesitaba hacérsela llegar a sus queridas creaturas. ¿Cómo enseñarles a dominar el arte de los incentivos? Había visto como el temor a no ir prisión era un buen incentivo para no delinquir, aunque no tan poderoso como los sentimientos de pertenencia o de tener un proyecto de vida. Había visto cómo se extinguían especies que no eran propiedad de nadie, mientras que otras eran cada vez más vendidas sólo porque se mordían la cola y buscaban la pelota. De ahí a entender cómo detener el calentamiento global y la depredación de la naturaleza sólo había un paso. Y eso fue lo que hizo, se aseguró de que dieran ese paso. Contemplo con orgullo el código que había creado, el origen que contenía el secreto de los incentivos. Efectuó una serie de comandos y presionando la última tecla lo introdujo en el mundo. Ahora contemplaría su evolución dejándolos hacer, dejando pasar los problemas para que sus creaturas puedan crecer y madurar, así como él lo había hecho. Había logrado lo que siempre había querido, pero faltaba algo… Algo de lo que hasta ese momento no se había percatado. Se dio cuenta que ya no era un Niño, y que ya nada sería como antes.


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