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Novela por entregas: Las Aventuras del Capitán Alicio Cortado (I)


Una novela de aventuras por entregas, ambientada en la España de los años 50, con un personaje canalla e intrépido : El Capitán Alicio Cortado

Un inmenso y arenoso desierto, cincuenta grados a la sombra, un Jeep averiado y un hombre solitario y sudoroso hurgando entre las mecánicas tripas del vehículo. Era el verano del año 1955 .Pero para entender totalmente la situación, para poner en su justo contexto la historia, hemos de decir que nuestro perdido protagonista no se trataba de un hombre corriente, ni tan siquiera de uno medianamente notable, sino del extraordinario Capitán Alicio Cortado.La avería era pequeña, pero imposible de reparar sin las piezas necesarias. Además, en el supuesto caso de que la rotura se pudiese salvar, solamente tenía gasolina para recorrer como mucho cuarenta kilómetros, y el poblado civilizado más cercano se encontraba a no menos de ciento cincuenta. Pero eso no era lo más preocupante. Al menos quince hombres armados habían salido en su caza. Bien es cierto que ya había matado a tres de ellos, pero el resto de la escuadrilla no pararía hasta acabar con su vida.

El nombre de Alicio -dicen algunos-, que se lo otorgaron sus progenitores porque, esperando durante todo el embarazo de la madre a una hermosa niña, vieron venir al mundo sin embargo a un robusto varón, al cual impusieron el inexistente nombre masculinizado de Alicia, nombre con el que tenían decidido bautizar a su deseada hija. Él sin embargo, y también muchos de sus seguidores, afirmaban por el contrario que dicho nombre provenía de los vientos Alisios, vientos que soplan de manera relativamente constante en verano circulando entre los trópicos, desde los 30-35º de latitud hacia el ecuador. Una trascripción no demasiado afortunada condujo a que se le inscribiese como Alicio en vez de Alisio con el que su abuelo materno, intrépido aventurero como él, habría decidido bautizarle. El epíteto de Capitán con el que siempre se presentaba era sin embargo del todo desentrañable, porque nunca se le conoció condición militar alguna, aunque algunos de sus biógrafos, fundamentalmente parroquianos de taberna más que cultos hombres de letras, relatan un episodio según el cual estuvo durante algún tiempo colaborando con la Légion Étrangère, cuyos hombres, a los que guió y adiestró en una misión, le habrían otorgado tal rango de manera extraoficial.Pero ahora lo más urgente era la avería. Uno de los manguitos de gasolina, sencillamente no existía. Se había desprendido y hecho añicos entre el eje y los discos de la rueda delantera. La verdad es que todos los manguitos del motor estaban desgastados, se desbarataban casi al tocarlos. El resto del todoterreno no estaba en mejor estado. Carrocería totalmente corroída, asientos en vivo esqueleto, ventanas y puertas atrancadas y ruedas más lisas que la piel de un ballenato. Pero ahora el problema era el maldito manguito. Se trataba de un tubito de apenas unos centímetros pero que sin su concurso hacía del vehículo solamente un montón de chatarra inmóvil. Pero Alicio no se daba por vencido. Si había que poner el coche en marcha lo haría. No sabía ahora como, pero sabía que lo haría, como siempre. Por muy adversas que fuesen las circunstancias siempre al final se las arreglaba para salir triunfante de ellas. Y no siempre por su empeño y pericia. Muchas veces el azar, el destino, la suerte, le sacaba repetida y milagrosamente de cualquier apuro en el que se veía envuelto. Su extrema suerte era a veces hasta irritante para él, no le cuadraba como podía disfrutar siempre de tan buena fortuna. No era una buena suerte que le hiciese ganar a la lotería o conocer a la mujer de sus sueños, o simplemente hacerle vivir mejor, era una suerte que lo ponía en situaciones de desesperante peligro para luego salvarlo casi como por arte de magia. Parecía que al destino le gustaba jugar con su persona, haciéndole vivir situaciones que rayaban lo inverosímil, pero siempre ofreciéndole otra aún más asombrosa solución. Al menos eso lo mantenía vivo. Alicio se puso manos a la obra. Cortó un pedazo de la baca del Jeep cuya estructura metálica tubular le ayudó a fabricar un conducto que transportase el inflamable líquido desde la bomba de gasolina hacia el motor. Cortar la pieza con la exigua ayuda de una lima, doblar el tubo metálico haciendo palanca contra el parachoques y posteriormente ajustar la abertura de extremos con un martillo y unos tornillos sueltos que pululaban errantes por dentro el vehículo desde hacia kilómetros no fue fácil, pero lo bien cierto es que pocas horas después marchaba en su Jeep sobre la arena, en contra del cortante viento. ¡La suerte de Alicio! – gritó en alto, como siempre hacia cuando conseguía zafarse milagrosamente de cualquier percance.Sus perseguidores a caballo no le podrían alcanzar al menos hasta que se le acabase el combustible. Luego ya pensaría en algo. Pero de pronto empezó a percibir desde atrás un agudo zumbido como el de una avispa, que le hizo salir de sus pensamientos. No quería insectos, ni escorpiones ni serpientes. Siempre miraba dentro de sus botas cada mañana antes de ponérselas. Y aunque nunca se había encontrado un bicho de estos, siempre lo hacía por si acaso. Pero dicho zumbido fue cambiando paulatinamente su cariz entomológico para tornarse, en pocos minutos, en un atronador ronroneo mecánico, altivo y aéreo proveniente del motor de un antiguo Fiat biplano C.R.42 Falco que en vuelo rasante se dirigía rápidamente hacia él.-Ostia, ostia, ostia. -Resumió en tres palabras el inesperado e improbable hecho de que sus perseguidores contaran con medios aéreos para su búsqueda y que al final le habían llegado a localizar- Puede que no sean mis enemigos- pensó por unos segundos, hasta que una sibilante ráfaga de ametralladora le hizo exclamar de nuevo- Ostia, ostia, ostia, ostia.Las balas pasaron rozando uno de los costados del Jeep, y tras ellas el aeroplano a no más de diez metros sobre el suelo, alejándose rápidamente hacia el horizonte y proyectando fantasmagóricamente su sombra sobre la brillante arena.Pero como suponía la aeronave viró de nuevo, dirigiéndose en esta ocasión de frente hacia el vehículo. Alicio aceleró en dirección al avión. Cualquiera hubiese elegido otra ruta, alejándose instintivamente en cualquier sentido contrario al de la trayectoria del aparato, pero el capitán sabía que las velocidades de ambos vehículos, si se dirigían el uno hacia el otro, se sumaban, haciendo que la ventana de disparo del Falco se redujese y aumentando por tanto su posibilidad de fallo.Y así sucedió, la andanada fue realizada con demasiada precipitación, de forma que las balas alcanzaron el suelo treinta metros por delante del Jeep. El biplano volvió a girar, pero esta vez se alejó mucho más antes de efectuar el viraje a fin de tener más tiempo para estabilizar la nave y trazar una ruta de intercepción precisa. Pero el Jeep hizo lo propio, girando en redondo, y haciendo que ambos vehículos se enfrentasen de nuevo. Más esta vez, y en desigual duelo, el vehículo terrestre fue alcanzado de pleno por una potente ráfaga de ametralladora, haciendo que se encabritara, y tras efectuar varias vueltas de campana, explotara agotando toda su energía en una gran llamarada.El piloto del Falco sobrevoló el vehículo en llamas, mientras giraba su vista tras superarlo para comprobar su blanco, pero en ese preciso instante, cuando estaba disfrutando mentalmente de su éxito, una expeditiva bala lanzada desde tierra atravesó sonoramente su casco y su cráneo, haciendo que la sangre y parte los sesos del aeronauta salpicaran el parabrisas del avión, que cayó en barrena unos cientos de metros más allá.En efecto, Alició saltó del Jeep que dejó en marcha unos metros antes del encuentro con la nave, atrancando el pedal del acelerador con la caja de herramientas, para luego cargar su fusil Mauser Kar 98k, y mediante un certero disparo, que solo uno de cada diez mil tiradores podría realizar con éxito, alcanzar al malogrado piloto. No estaba mal, cuatro a cero, su Jeep destrozado y un avión derribado y a punto de explotar como su única posible fuente de provisiones, ochocientos metros más adelante.Esta nueva aventura comenzó en realidad hacía tres semanas. Alicio esperaba a Montse y al señor Inocencio en el Quiosco de la Cazalla, un peculiar quiosco bar situado en plenas ramblas de Barcelona. En dicho local, que en realidad era un espacio de pocos metros cuadrados con una ventana a la calle dónde se apiñaban sus clientes, se servía casi en exclusiva el anís cazalla, que reposaba en unos grandes tarros de cristal trasparente en los cuales se maceraban además generosos puñados de uvas pasas. El licor se escanciaba en pequeñas copas, añadiendo a cada servicio una de las pasas, que, hinchadas por el licor, concentraban la parte más alcohólica del ya de por sí espirituoso extracto. Alicio se encontraba degustando una de estas pequeñas bombas etílicas cuando de repente los vio doblar la esquina. Montse era lo que se podría decir su manager, pero también una especie de madre y mentora. Era la típica mujer catalana de cierta edad. Es decir juiciosa, austera, pero locuaz y con carácter y siempre dispuesta a hacerle frente a cualquiera. A pesar de su no muy generosa estatura había sido la vedette principal en la sala Arnau, durante mucho tiempo. Cuando los años pesaron demasiado para poder arrastrarlos con dignidad por encima del escenario se reconvirtió en madame regentando una de las más prestigiosas casas de citas de la capital catalana. Pero como toda buena celestina no solamente ofrecía los servicios de sus jóvenes meretrices a los caballeros que frecuentaban su casa, sino que su oferta incluía los más variados menesteres, desde fornidos muchachos, puros de contrabando, licores y desde hacía un tiempo los servicios del Capitán Alicio Cortado. Aunque no era el único a su servicio, Alicio era diferente (y más el caro por supuesto), pues el resto de guardaespaldas no pasaban de simples matones especializados en dar palizas a domicilio. Alicio por su contra era requerido para los encargos más insólitos y peligrosos. Desde robos de obras de arte, misiones en ultramar, rescates, secuestros, infiltraciones y hasta el especialmente recordado caso de un adinerado aristócrata andaluz que pidió que Alicio se desplazase al corazón de África y atrapase para él un león adulto vivo para exhibirlo en el jardín de su villa. Por supuesto lo consiguió robándoselo a un pequeño circo de tercera que se asentaba todas las navidades a dos manzanas de su casa, aunque al cliente le detalló las múltiples peripecias y aventuras que había tenido que vivir en la sabana africana para conseguirlo, pues esa era la historia que quería creer su comprador, historia que luego relataría orgulloso a los invitados a los que enseñase su mascota.Sus inverosímiles hazañas aumentaban aún más su leyenda y de paso le ayudaban a conseguir unos cuantos miles de pesetas más en cada misión.Pero allí estaba ahora, terminado de un solo sorbo la copita de cazalla delante de sus dos visitantes. El otro que acompañaba a la señora Montse era Inocencio Coppi , empresario alicantino de ascendencia italiana dedicado al sector de la importación de madera. Coppi era alto y enjuto, casi cadavérico, con pobladas cejas blancas a la sazón de su cabello que atestiguaban que superaba holgadamente la sesentena de años.-Le presento al señor Alicio – inició la conversación la madame.

-Capitán Alicio por favor – puntualizó nuestro héroe haciendo el amago de cuadrarse al estilo militar, ademán que cambió en el último momento estrechándole la mano al señor Inocencio.

-Encantado señor Alicio, me han hablado maravillas de usted. Pero mejor si nos sentamos en un sitio tranquilo y así podemos charlar discretamente.

Alicio soltó sin compasión una irritante risotada. – No se entera usted, y perdone que me ría. Si hay un lugar seguro para hablar es la calle. ¿Ha visto usted algún micrófono oculto en la calle? En la calle se oye de todo y se dice de todo y nada de lo que se dice tiene importancia. Si el más sabihondo de los profesores de la Universidad de Barcelona anduviese por la calle soltando una clase magistral, pongamos por ejemplo de anatomía, nadie le haría el mínimo caso. Sin embargo en su cátedra cientos de alumnos absorberían como esponjas sus conocimientos. Además en Barcelona la mayoría de camareros son espías. No espías del gobierno o de los americanos, sino mucho peor, son espías de la guardia urbana, a la que después le venden sus secretos. Así que mejor hablemos aquí.

Hemos de decir que realidad Alicio cuando soltó su perorata sobre los camareros espías solo lo hacía porque pretendía tomarse otro trago de cazalla que suponía no podría servirse, al menos de esa peculiar forma en la que se hacía en ese lugar , en otro bar de mayor alcurnia al que presuntamente querían llevarle sus contertulios

Inocencio arqueo sus cejas mirando de reojo a Montse como queriendo decirle – “A que chiflado me has traído” – pero la mujer se la devolvió como indicándole de que todo estaba bien. Inocencio confiaba siempre en Montse. No en vano le proveía de jóvenes meretrices cada vez que visitaba Barcelona. Además hacía posibles todas sus exigencias. Cuando una muchacha nueva acudía a la casa de citas, Inocencio quería tener el privilegio de ser el primer cliente que la catara. – “Yo pago, pero yo el primero”- solía decir, abonando un plus por tener esa prerrogativa. Por supuesto Montse tenía diez o doce clientes así, y cuando acudía una chica nueva a la casa a todos les decía, cuando acudían a su boîte, que ellos eran los primeros clientes de la casa en adentrarse en el secreto jardín de la dama en cuestión y haciéndoles aflojar en consecuencia alegremente sus carteras.

-No tengo inconveniente si es su deseo, pero preferiría un lugar más retirado. En el restaurante Boga Boga tengo como mi segunda casa aquí en Barcelona y me sentiría más tranquilo allí. Además, habrá que comer.

-Bueno siempre que seamos discretos no tiene que porque haber ningún problema- accedió Alicio de repente, cuando se percató que aparte de charlar iban a invitarle a comer, y además en un local de reconocida fama gastronómica.

Al entrar en el local el que parecía el dueño del negocio los recibió con una reverencia que rayaba el ridículo y que sin duda iba dirigida hacia el señor Inocencio, que a ciencia cierta debía ser uno de sus mejores clientes. Ya sentados en la mesa, Montse se apresuró a pedir por todos dándole incluso indicaciones al camarero de cómo debían de cocinarse los platos que había pedido y que ingredientes debía de sustituir, apostillando en catalán que - “hoy en día ya no se cocina como antes y lo único que quieren los cocineros es acabar pronto”.

-Bueno, señor Alicio – dijo Inocencio iniciando la conversación- he de decirle que han cambiado las condiciones del encargo.

-¿Qué encargo? - Pregunto extrañado el capitán.

-El encargo de traer a mi hija a España.

-Ah…a la misión se refiere, si cuente, cuente.

-En este caso las cosas van a ser más sencillas. Hace dos días apareció mi hija y está ahora custodiada por la policía en Fernando Poo, así que ya no hay que buscarla, simplemente ha de traerla sana y salva hasta aquí.

-Entonces el precio va a aumentar.

-¿Cómo que aumentar? Si precisamente el trabajo va a ser más fácil.

-Por eso. Parte del pago lo constituye el riesgo y la aventura. Cuanto más fácil es el trabajo y más monótono me resulta más tengo que cobrar para compensar el aburrimiento. Si me necesitase, por ejemplo, para traer a su hija desde la estación de Francia hasta aquí, el precio sería astronómico, y si para lo que me contratase fuese para estar quieto en mi casa sin hacer nada la tarifa sería impagable.

-¿Estará de broma no?

-Bueno – interrumpió Montse, pues sabía que Alicio no hablaba en broma, y así lo pensaba ahora, aunque también sabía que media hora después podía pensar todo lo contrario- vayamos a los detalles de la misión – prosiguió enfatizando esta última palabra - Tu trabajo consiste en desplazarte hacia Guinea, ir a buscar a la hija del señor Inocencio que se halla custodiada en la jefatura central de policía de Fernando Poo y traerla sana y salva hasta España.

-¿Y por qué no viene ella sola? Si me contratan a mí, significa que hay alguien o algo que quiere impedir que la chica regrese a casa.

-No es asunto suyo- intervino tajante Inocencio- este es su encargo, o misión, o como lo quiera llamar, usted trae a mi hija y se lleva 50.000 pesetas.

-Lo hago por 40.000 si me dice dónde está la trampa. – contestó el capitán- Una niñera por 50.000 pelas no me cuadra, aquí hay algo más.

-No te pongas en plan borde- gritó Montse elevando el tono de voz- tú haces lo que tengas que hacer y cobras tus honorarios. Que por cierto si los cobras aún me deberás 12.000 pesetas.

-Serán 22.000 porque lo voy a hacer solo por 40 billetes como he dicho, con la condición de que aquí míster estirado me cuente en realidad lo que pasa con su hija.

-¿Usted no es serio verdad?- exclamó Inocencio- Me habían hablado muy bien del Capitán Alicio , pero veo que es un vulgar matasiete. Si no se centra en el encargo voy a buscarme a otro colaborador.

-Yo no soy su colaborador- replicó Alicio- soy alguien que ha decidido ayudarle, y no sé muy bien porque, pues su bigote me parece irritante y si no me cae bien un bigote tampoco me cae bien su propietario. Pero en fin, tengo que liquidar mis deudas – hizo una pausa – y si queda algo luego pagar lo que te debo, Montse – apuntilló haciendo gala de su cargante ironía.

En efecto, en que gastaba su dinero era todo un misterio. Sus tarifas eran elevadas, y siempre cobraba en efectivo, pero pese a vivir en una modesta pensión, y solo tener solo como vicios las cazallas, los puros caliqueños y los trucos de magia, que como afición personal compraba casi semanalmente en la barcelonesa tienda de Mágicus, siempre andaba sin un duro.

-Las instrucciones son simples – dijo Inocencio – usted ha de trae a mi hija hasta aquí, pase lo que pase, y guste o no guste a quien sea. Solo y exclusivamente eso.

-Entonces lo del secuestro ya está solucionado. - clarificó Montse- Su hija fue secuestrada, y nuestra misión era rescatarla de los bandidos, pero la policía ya lo ha hecho, así que solo nos resta cumplir la segunda parte, el traerla a casa. ¿Es así no?

-Sí, así de simple. Traerla quiera o no quiera. El continente africano no es un lugar apropiado para una dama de su posición.

-Por cierto –intervino Alicio - ¿Cómo reconoceré a su hija? ¿Tendrá alguna foto no?

-Solamente tengo esta- dijo Inocencio a la par que abría su abultada cartera- es de cuando tenía 16 años, pero ahora tiene 23. Se la puede quedar, tengo más copias, pero no se preocupe, el comisario Salvador Matoses le espera, él le entregará a Eva.

-Así que Eva- dijo Alicio contemplando la foto de la hija de Inocencio. El dicho retrato se veía a una adorable muchacha de tez pálida y largos y ondulados cabellos, vestida como una muñeca de porcelana con una tiara de flores en la cabeza y sentada sobre un columpio, tras un bucólico fondo pintado, típico de los estudios fotográficos de la época, y con la acostumbrada leyenda en el pie que identificaba a dicho gabinete, que en esta ocasión rezaba “Fotos Puentes. Denia”- ¿Y porque secuestraron a Eva?- inquirió el capitán.

-No es cosa tuya. – saltó Montse- Tu vas, la traes y todos contentos, y cobrados – dijo en esta ocasión mirando a Inocencio, mientras hacía el típico gesto del dinero deslizando su pulgar sobre el índice.

-Por supuesto – fue la respuesta del empresario.

Luego vinieron platos, vinos, postres y licores y una nueva misión para Alicio.

(continuará...)

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