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Microrrelato 'Patrón Sonoro'


Llevo escuchando extraños sonidos desde hace ya varias semanas. No sabría transportarme justo al primer momento en el que comencé a sentirlos. Pero sí a identificar su procedencia sonora. Pareciesen ser una especie de... código. Siempre el mismo patrón: primero ese chasquido continuo, similar al de un interruptor. Como si un niño encendiese y apagase las luces por pura curiosidad lumínica. Le proseguían traqueteos de grandes botas procurando golpear con sutileza el suelo de casa. Después el latido venido directamente desde el pecho. Cada vez más intenso. Hasta cesar la confusión y el terror con la fuerte respiración de un ser calmado, a la par que furioso y deseoso a la espera de encontrar el mejor momento para atacar lo que andaba acechando. Y entonces una brisa helada impregna toda la oscuridad. Hasta el siguiente día. Esa noche yo me sentía más en guardia que nunca, pero, ¿cómo luchar contra algo que no llegas a visualizar? Sólo lo escuchas, y sientes. Pero no conoces su aspecto, sus capacidades, su ferocidad. Sus ansías de acabar contigo. En todo momento mis músculos quedan paralizados, no puedo ni quiero hacer el menor movimiento. Por cautela y por miedo. Pero aquel día no, aquel día no podía quedarme quieta. He de hacer algo, me dije. Debía hacerlo en el momento del clímax, y pese a no saber a lo que me enfrentaba, por precaución agarré con fuerza un cuchillo y lo presioné contra mi pecho. Enseguida, mis oídos detectaron el sonido del chasquido. Los pasos dirigiéndose hacia mi habitación. Sentía que el latido se acercaba. Estaba ahí. Notaba su aliento en mis labios. ¡Ahora! Me abalancé entonces sin vacilar sobre esa cosa. Primero lancé un golpe al aire y conseguí quedarme sobre él. Dominando su entidad por completo mientras el cuchillo iba hacia todas las direcciones posibles. Ya no sentía miedo. Unas gruesas gotas mancharon mi ropa, un sabor metálico golpeó mi rostro por completo. Pero no me importaba. Yo seguía penetrando la hoja del cuchillo en un cuerpo endemoniado que había recobrado su alma física. Entonces me quedé acostada a su lado, con temor a encender la luz y ver por fin, qué era lo que me había atemorizado durante tanto tiempo. Cuando logré encenderlas, me di cuenta de que acababa de asesinar a mi marido. —¿Cómo te sentiste? —Liberada.


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