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Saldré adelante


Mi madre nunca me ha dejado ayudarla con su trabajo. Ella dice que el trabajo es algo de adultos y, mientras se es niño, uno debería concentrarse en hacer cosas propias de su edad. Siempre me dice que no me preocupe por ella y que vaya a jugar con los demás niños del barrio o que le haga compañía al zapatero, el señor Dennis. A mi madre le gusta que pasemos mucho tiempo juntos. Suele decir que es un hombre muy sabio y que debería aprender mucho de él. Él es tutor de escuela de los niños del barrio y, a pesar de no ser una escuela, es donde a la mayoría de nosotros estudiamos. Ahí nos enseñan cosas básicas que, según mi madre, nos servirán en el futuro. Como matemáticas e historia peruana. El resto de niños estudiaban en el colegio “Nuestra señora de la misericordia”. Un colegio público que se encuentra en la orilla del cerro. Mi madre siempre deseó que estudiara en ese colegio. Sin embargo, no teníamos suficiente dinero para la matrícula y todo lo que implicaba: útiles, uniformes, etc. Yo no tenía ningún problema con ello. Prefería la casa del zapatero, ya que ahí estaban todos mis amigos y no necesitamos nada más que un lápiz para aprender. Ese es el lugar donde las madres del barrio dejaban a sus hijos para irse a trabajar. Y, aunque algunas de ellas se los llevaban para que las ayuden, la mayoría de los niños “afortunados” se podían quedar con el señor Dennis a conocer historias sobre la ciudad. Sus experiencias más que todo. A mí, por el otro lado, me encantaría poder ayudar a mi madre, aunque sé que es algo que ella nunca me permitiría hacer. No entiende que lo único que quiero es no verla tan preocupada todo el tiempo. Verla tranquila y en paz. No recuerdo la última vez que la vi relajada. Hasta cuando descansa, siempre tiene el ceño fruncido. Pobre mi madre, merece descansar. Siempre la veo de lejos, como trabaja en el menú local. Las personas ahí no son muy agradables con ella. Usualmente, tanto clientes como compañeros de trabajo se aprovechan de su generosidad y la obligan a hacer cosas que ella no quiere hacer o así me dice la tía Jazmín al menos. No es difícil darse cuenta de que no le gusta trabajar ahí, pero ahora sé que hace lo que puede para darme una buena vida o, al menos, una mejor vida que la que ella tuvo. Mi madre, desde que era muy pequeña, siempre ha trabajado. Nunca ha tenido la oportunidad de hacer cosas propias de un niño, como ella me dice. Y siempre repite que es lo último que quiere para mí. No quiere que tenga la misma juventud ni que pase por el mismo sufrimiento que ella ha pasado. No quiere que la ayude, aunque yo solo quiera verla feliz. Pasé mucho tiempo en casa solo, no me gustaba mucho ir a la casa del zapatero. Sin embargo, era el único que se quedaba tiempo extra ahí de manera voluntaria. Mi madre decía que debería aprovechar todo el conocimiento que el señor Dennis pueda ofrecerme y quedarme con él todo el tiempo que pueda. Antes no entendía cual era el motivo por el cual ella quería que me quede tanto tiempo con él. Aparte de las clases y las historias, me parecía un viejo un poco loco. Después de cada oración que terminaba murmuraba algo inmediatamente. Como un pensamiento extra para él. Y eso me parecía muy extraño. Supuse que a sus setenta y tres años eso era algo normal de la edad, pero, de todas formas, creía que sus conocimientos y experiencias me servirían de muy poco. Quién iba a saber que sería él quien me abriría los ojos, quien me daría el camino y las herramientas para lograr lo que me he propuesto hacer. Porque la verdad es que, sin él y sin lo que me ha dado, ni siquiera podría soñar en cumplirlo. Antes, no podía preocuparme tanto por mi madre. No entendía que era por lo que ella estaba pasando. Ella me sonreía y yo creía que todo estaba bien. No era capaz de darme cuenta de que, detrás de esa sonrisa, había una persona que sufría y que estaba preocupada todos los días, no por ella ni por su vida, sino por la mía. Siendo honesto, no me sorprendería que hubiesen habido varios días en los que ella haya pasado hambre solo para que yo pueda comer 2 veces seguidas o para poder comprarme un trompo para pueda jugar con mis amigos. A veces, me avergüenzo de lo ignorante e indiferente que me mostré frente a ella. Tuvo que pasar un momento de verdadera tristeza y desesperación para que, finalmente, notara y entendiera cual era la realidad. Un momento en el que percatara lo mucho que mi madre se esforzaba por darme todo lo que podía. Y la desesperación que sentía cuando no lo lograba. Fue una mañana, muy temprano, estaba desayunado y preparándome para ir a las clases del zapatero. Todos los días desayunaba lo mismo, el almuerzo y la cena variaban, pero el desayuno siempre era el mismo. Un huevo duro y un vaso de yogurt con cereal. Ese siempre había sido mi desayuno, no cambiaba ni quería que cambie y mi madre sabía esto. Por ello, al sentarme en la mesa, ya tenía un plato con un huevo duro encima y una tasa con cereal esperándome. Cuando me senté y le pedí a mi madre que me alcanzara el frasco de yogurt del refrigerador, escuché un pequeño sollozo. No se podía diferenciar bien entre un llanto o una risa, así que le presté poca atención. Luego, cuando vi que estaba tardando un poco, volteé a ver qué es lo que sucedía. Solo vi a mi mama, de espalda, tapando la botella de yogurt con su cuerpo y con la tetera en la mano. Ella volteo y me sonrió. Sus ojos estaban un poco rosados. Como siempre, ella intentaba hacerme pensar que todo estaba bien. Que no había ningún problema, pero yo sabía que algo no estaba bien. Ella inmediatamente dejó la botella de yogurt en la mesa y salió despavorida de la casa. Mientras salía, decía que tenía que recoger algo de la casa de una amiga. Yo le creí en el momento, pero ahora me doy cuenta de que probablemente se fue de la casa para que no la vea llorar. Una vez que cerró la puerta, tomé la botella de yogurt. Se sentía pesada, casi llena. Era extraño porque recordaba, el día anterior, haberla dejado en menos de la mitad. De todos modos, la agarré y me serví en mi taza. Apenas probé la primera cucharada supe que algo andaba mal. El cereal se volvió en casi una pasta y el yogurt que me había servido no tenía el mismo sabor de siempre. No me tomó mucho tiempo darme cuenta de que, la razón por la cual el yogurt sabía de esa manera, era porque la mitad era agua. No podía creer lo que estaba pasando, no entendía por qué mi mamá había llenado la botella con agua, ni por qué me estaba dando de comer agua con cereal. Parte de mí esperaba que haya sido una broma o una equivocación, pero era más inteligente que eso. Sabía que algo estaba mal y tenía una clara idea de que podría ser, pero no pensé más allá de eso. No sé por qué, para ser honesto. Tal vez, no estaba listo para admitir que es lo que pasaba. Es extraño, pero se podría decir que fue en ese preciso momento en el que mi vida cambio, solo que aún no lo sabía. Mientras intentaba comer mi cereal con agua, porque tenía que desayunar algo, estaba tratando pensar en qué es lo que estaba sucediendo. Sabía que no teníamos tanto dinero. Pero nunca me había faltado nada que necesitara realmente. Nunca me había faltado comida. Y, honestamente, pensaba que todos en el barrio nos encontrábamos igual. No estaba molesto, ni triste, solo estaba confundido, y necesitaba respuestas. Sabía que mi madre no me las iba a dar. Así que fui a la casa del zapatero, el hombre más inteligente que conocía. Esperé a que acabara toda la clase. Siempre me quedaba un rato extra cuando mi madre salía, y este era uno de esos días, así que no fue nada fuera de lo ordinario. Lo vi sentado en su sillón verde. No sabía que decirle. No estaba seguro de qué había pasado y no quería hacer asunciones que dejaran mal a mi mamá. No encontré palabras para explicarle de otra manera lo que había sucedido. Así que simplemente le dije la verdad. Le expliqué detalle por detalle exactamente que había pasado, y le pregunté qué significaba todo eso. Una vez que terminé hubo un pequeño silencio. Él se quedó mirando al vacío, o a la pared. Supuse que estaba intentado buscar las mejores palabras que usar para no hacerme sentir mal. Pero no fue así. Él se paró de su sillón y me dijo que me acercara. Se arrodilló con la poca fuerza que tenía para poder mirarme directamente a los ojos. Puso una mano sobre mi hombro y me dijo: Hijo… tú eres un niño muy inteligente, el más inteligente de los que vienen aquí. Por eso creo que si sabes exactamente lo que está pasando. Sabes lo mucho que ama tu madre. Sabes que ella todos los días hace todo lo posible para darte la mejor vida que te pueda ofrecer. Porque eso te hace feliz, y, aunque no lo notes, también hace feliz a tu madre. Sin embargo, es hora de que sepas la verdad, quiera o no. Porque, tal vez, solo así podrás conseguir tu deseo de ayudarla. Tu madre es una persona que sufre mucho. Ella se encuentra en una lucha permanente todos los días de la cual no puede escapar. Siempre hace todo lo posible para brindarte lo que necesitas. Pero cuando no puede, ella sufre. Ella sufre mucho, hijo. Cada vez que ella no te puede dar lo que necesitas, siente que te ha fallado como madre. Y, en vista de lo que ha pasado hoy, creo que ha llegado un momento en el que no te puede dar más de lo que te está dando ahora. Y, Probablemente, tenga que darte menos, hijo. Estaba paralizado. Junté todas mis fuerzas para aguantar las ganas de llorar. El dinero no me importaba mucho. La razón por la cual me sentía así es porque no sabía lo mucho que sufría mi madre y no sabía de todo el dolor por el que pasaba. Levanté mi cabeza. Lo mire a los ojos y le pregunté: ¿Qué puedo hacer para que esto cambie? ¿Qué puedo hacer para que mi madre sea feliz? El zapatero respondió: Existen dos opciones hijo. Pero en realidad él sabía que existía solo una. Si la quieres ver feliz, no le menciones lo que ha pasado esta mañana. No le menciones lo que te he dicho. Simplemente, cuando la veas, hazle saber lo mucho que aprecias y valoras el esfuerzo que hace por ti, hazle saber lo mucho que la quieres y lo muy feliz qué eres con ella a tu lado. Y, Sobre todo, hazle saber, que pase lo que pase, ella siempre va a ser tu madre y que tú nunca la vas a dejar de amar… Pero, si realmente la quieres ayudar, lo que tienes que hacer es cambiar, hijo. La única forma en la que, de verdad, puedas ayudar a tu madre a salir de este problema es que tú la saques de él. La única manera es que estudies y que consigas un buen trabajo, para que ella nunca se tenga que preocupar por ti de nuevo. Lo que necesita tu madre es alguien que la cuide, y no a alguien que cuidar. Por ello, lo que tienes que hacer para ayudarla es convertirte en un hombre. Un hombre determinado, que se enfoque en un objetivo y no se detenga hasta conseguirlo. Un hombre fuerte, que proteja a los que quiere de los problemas que enfrenta. Un hombre valiente, que esté dispuesto a dejar su vida a un lado para salvar a los que ama. Si quieres ayudar a tu madre, hijo, tienes que, desde ahora, convertirte en un verdadero hombre. Mientras continuaba su consejo, se incorporó y se dirigió hacia un mueble de la sala. Sé que lo que te estoy diciendo es complicado. Va a tomar mucho trabajo duro, sacrificio y dinero. Dinero que tu madre no tiene. Por ello, necesito que me hagas una promesa. Regreso hacia donde yo estaba. Noté que tenía unos cuantos billetes en la mano. Lentamente se arrodillo de nuevo. Limpió la única lágrima que había en mi rostro. Puso su mano en mi hombro y me dijo: Prométeme que tomaras este dinero y te convertirás en el hombre que describí. Prométeme que lucharas todos los días hasta lógralo. Prométeme que harás todo lo posible por cuidar a tu madre, hijo. Prométemelo. Sé que será difícil. Sé que no debería decirle esto a un niño de tu edad. Sé que no mereces llevar esta responsabilidad ni empeñar este tipo sacrifico. Lo sé, hijo, enserio. Pero, quizás, esta sea la única manera de salvarla. Me quedé en silencio durante todo el tiempo en el que él habló, no necesitaba decir mucho. Él solo quería oír una frase salir de mi boca y solo una frase era necesaria. Así que se la dije: Te lo prometo. Después de aquel discurso, supe que mi vida nunca sería la de antes. Supe que las cosas tenían que cambiar. Supe que yo tenía que cambiar. No podía seguir siendo el niño que era antes si es que de verdad quería ayudar a mi madre. Por ello, desde ese momento, juré honrar la promesa que le había hecho al señor Dennis. Juré decirle lo especial que es y lo agradecido que estoy por todo el esfuerzo que ella hace por mí cada día. Juré que no dejaría de estudiar hasta ser el mejor y conseguir un buen empleo, y que no dejaría de trabajar hasta tener suficiente dinero para que ella nunca se tenga que preocupar por ello de nuevo. Y, finalmente, juré que, de ahora en adelante, emplearía cada esfuerzo, cada moneda, y cada momento de mi vida en lograr mi único objetivo: salir adelante con mi madre. Ese mismo día, tomé el dinero del señor Dennis y fui con mi madre a matricularme a la escuela: “Nuestra señora de la misericordia”. Compré todo lo necesario para estar preparado y regresamos a la casa. Nos sobró dinero, suficiente para permanecer tranquilos por un tiempo. Cuando se lo entregué, pude ver en su rostro cierto alivio. Acompañado por una pequeña decepción. Supongo que lo último se debió a que no era ella quien logró sacarnos de esa situación. De todas maneras, ese fue el primer momento en el que yo cuidé de ella, en vez de ella a mí. Fue el primer momento en el que sentí qué significa ser un verdadero hombre. Ella no me habló mucho ese día. Supongo que estaba avergonzada por lo que había pasado en la mañana. Tampoco me preguntó de dónde había conseguido el dinero. Tal vez se encontraba tan desesperada por como estábamos que no le importaba saber de dónde salió. Ella se encerró en su cuarto y yo en el mío. Fue un día triste, pero a su vez fue un día bueno. Ya que era exactamente el día que necesitaba para darme cuenta por todo lo que pasaba mi madre, y lo mucho que me necesita. Estaba ansioso porque llegue mi primer día de escuela. Porque sabía que sería el primer día en el que comience mi misión. El primer día en el que seguiría mi objetivo. El primer día en el camino a ser un verdadero hombre. El primer día del resto de mi vida.


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