Planeta Caos
- Antonio Carmona
- 15 jul 2018
- 1 Min. de lectura

Aquel mundo giraba sobre su eje tal como aún lo hace nuestro planeta Tierra. Bueno, igual no. El grado de inclinación de dicho eje cambiaba continuamente de forma arbitraria y sin exactitud alguna. También los períodos de rotación y traslación eran del todo irregulares e imprevisibles. Por eso ningún día era igual a otro. Tampoco los años duraban lo mismo. A decir verdad, nadie se ocupaba de medir el tiempo. Este simplemente transcurría, sin más. De la misma forma que en cualquier otro mundo, las brújulas marcaban el norte magnético; lástima que allí el norte variaba de posición de forma perpetua e imprecisa. Nunca sabías si iba a hacer frío o calor, ni si la marea subía o bajaba. Allí jamás se celebraban los cumpleaños, nadie pagaba hipotecas, no se sabía cuánto duraba la jornada laboral o los descansos. Una región determinada podía conformar el marco de un árido desierto, de una frondosa dehesa o del más helado de los páramos. La flora y fauna de cualquier parte de su geografía debían adaptarse a un clima siempre cambiante y a unas condiciones a menudo extremas y volubles. La gente de allí no hacía planes de futuro. Se limitaban a vivir en una ferviente improvisación.
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