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A. Oser

La princesa retrocasual


Estaban equivocados. ¡Todos ellos! Nadie creyó que pudiera llegar a conseguirlo. “¿Viajar al pasado? ¿Romper los eslabones de las cadenas de premisas que rigen las leyes deterministas del universo?”, decían, “¡menuda estupidez!”. El cortafuego cósmico está ahí, en algún lugar, como una manifestación de la conjetura de protección de la cronología. Siempre he sido consciente de ello, sin embargo ahora sé cómo evitarlo.

De acuerdo, no puedo evitarlo. Ni a él ni a su implacable cometido, pero al menos conseguiré evadirlo aunque solo sea por un momento. Justo el tiempo que necesito para cumplir con mi objetivo.

La clave es tan sencilla que no sé cómo no se me ocurrió antes. El secreto reside en la creación de un agujero de gusano en el interior de otro, algo así como un paroxismo espacio-temporal. De este modo el salto será tan veloz que pasaré desapercibido a ojos de esa barrera cuántica que impide alterar la línea histórica predeterminada.

Pienso en las críticas recibidas por mis detractores a lo largo de los años mientras tomo asiento en la cápsula, el medio de transporte que me llevará a mi destino a través del portal abierto por un colisionador de hadrones casero. Repaso mentalmente algunos cálculos de probabilidad cuyas fluctuaciones espero que no rebasen los márgenes presupuestos. Luego inicio la secuencia de puesta en marcha y siento el fuerte tirón que me envía con un incesante zumbido al interior del agujero de gusano.

A través de una minúscula claraboya puedo observar las entrañas del túnel ectocósmico, ubicado fuera de los límites del universo, donde el significado del espacio y el tiempo deja de tener sentido y la realidad adquiere la hostil apariencia de un mordaz arcoíris de formas irreconocibles.

El fugaz trayecto apenas me permite disfrutar del excepcional paisaje y, en tan solo unos breves segundos, alcanzo mi destino. Una violenta sacudida y un rechinar metálico anuncia el final del trayecto. He atravesado la brecha cuántica de forma exitosa.

Al igual que una visión turbada por un haz de luz potente, las cosas en el exterior de la cápsula se muestran borrosas. Es necesario darle tiempo y esperar a que el mundo exterior se aclare y vuelva a cobrar sentido. Las formas variopintas comienzan a aglomerarse y la realidad se recompone paulatinamente, materializándose frente a mí con la apariencia del salón de mi antiguo hogar.

Definitivamente he alcanzado el lugar y el momento adecuado.

Abro la escotilla y salgo al exterior. Erguido frente a mí, ataviado con una desgarbada bata de estar por casa, yace un asustado y confundido yo del pasado, quien me analiza con asombro. Efectivamente, yo del pasado, acabo de presentarme con una esfera metálica en el salón de tu casa. O mejor dicho, acabas de presentarte frente a ti mismo en el salón de tu propia casa. Bueno, mi casa. O nuestra casa, quizás. ¡Qué más da!

Mi yo del pasado balbucea un par de sílabas onomatopéyicas e incongruentes, casi sin voz y sin tener muy claro lo que pretende decir, mientras sus ojos luchan por no salirse de sus órbitas.

— No tengo mucho tiempo —le digo apresuradamente, haciendo que las palabras se atropellen las unas a las otras al salir por mi boca—. Vas a tener que confiar en mí y creer todo lo que te diga. ¿De acuerdo?

Interpreto el silencio nervioso de mi interlocutor como un sí y continúo.

— Yo soy tú. Tu yo del futuro.

— Ya veo —me responde torpemente, con la vista clavada en su versión más vieja y más neurótica.

— Escúchame atentamente. No puedes dejar que ella salga hoy de esta casa —le indico mientras, con el dedo índice de mi mano, señalo la puerta cerrada de una habitación dónde tengo la certeza de que ella descansa aún, acurrucada entre las cálidas sábanas de una cama de matrimonio. Mi cama de matrimonio. Al menos, tiempo atrás lo fue.

— ¿Te refieres a…?

— No digas su nombre —le corto de forma imperativa—. Me duele tan solo con oírlo.

— No entiendo nada —me replica—. ¿Por qué debo impedir que ella vaya a trabajar como cada mañana?

— Si ella sale hoy de esta casa, será la última vez que la veas —le explico sin discreciones de ningún tipo.

— ¿Q… qué? —tartamudea con el rostro inundado de incertidumbre y terror—. ¿Pero cómo?

— El cómo no importa —le respondo tajante—. No te agradaría saberlo, créeme. Tan solo prométeme que no le permitirás que salga hoy a trabajar.

Mi yo del futuro me observa fijamente, desconcertado y sin saber cómo encajar la situación. Comienzo a experimentar una sensación de hormigueo por todo mi cuerpo. ¡Maldición! ¡El condenado cortafuego me ha detectado!

Ahora mismo, a ojos de la corriente espacio-temporal predeterminada, no soy más que una anomalía; un error que debe suprimirse para asegurar la continuidad de la línea histórica. El tiempo se agota.

— ¡Prométemelo! —le increpo mientras la sensación de picazón se acentúa—. ¡Promete que no le permitirás salir hoy de esta casa!

Mi cuerpo, así como la Cápsula, comienzan a perder consistencia.

— Está bien —accede finalmente—. Te lo aseguro.

— Gracias —le digo.

Un segundo después comienzo a desaparecer paulatinamente ante los ojos estupefactos de mi yo pasado. Poco a poco, la oscuridad más absoluta se cierne a mi alrededor.

Me conozco bien. Estoy totalmente seguro de que mi yo del pasado estará ahora mismo telefoneando al trabajo de ella. “Está enferma”, mentirá a su jefe con un teatrero tono de preocupación, “se ha levantado con fiebre y no podrá ir a trabajar”.

La dejará dormir al menos media hora más, mientras le prepara un buen desayuno. Café, tostadas, un huevo frito y un buen vaso de zumo de naranja, todo ello servido sobre una bandeja que llevará hasta su cama para darle los buenos días.

Así es él.

Así soy yo.

Este es el comienzo de su nueva historia y el final de la mía. Lamento no poder estar presente y verla feliz, pero ya sabía que rescatar a mi princesa del castillo idílico que es el destino implicaba irremediablemente mi sacrificio.

La perdí. Nunca volveré a recuperarla. Sin embargo, desapareceré en la oscuridad sabiendo que en otra línea temporal alternativa permanecimos unidos y vivimos toda una vida juntos.


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