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Relato de Terror: El círculo de la luciérnaga


―Y entonces… entonces…

De pie frente a todos, las palabras se le hicieron un nudo en la garganta al explicar en voz alta lo ocurrido. Los demás miembros del círculo, los que ya habían salido en medio para explicar su propia historia, junto con aquellos cuyo turno aún no había llegado, susurraron. Unos expresaron ira, otros pena, y la mayoría lástima, pero todos sentían compasión. Empatizaban con ella.

―Entonces fue c… cuando…

Trató de seguir hablando a pesar de los sollozos, pero no pudo. Tenía la cara roja por el esfuerzo, tosió mientras las lágrimas recorrían sus mejillas.

Sufría. Mucho.

Ana experimentó uno de esos momentos en que uno transforma los sentimientos en palabras, y es como hacerlo todo oficial sin posibilidad de vuelta atrás. Al decirlo en voz alta, toda posibilidad de autoengaño desaparece, la realidad cae sobre uno con todo su peso.

De pie frente a ella, Hermano se quitó la capucha de su hábito y extendió las manos hacía ella con evidente preocupación.

―No te sientas obligada a hacerlo Ana. Tómate tu tiempo.

Alguien del círculo le ofreció un pañuelo y le puso gentilmente la mano en la espalda.

―No estás sola.

“Ánimo Ana” gritó alguien.

―Estamos contigo Ana. Podemos dejarlo aquí si quieres.

Negó con la cabeza mientras secaba su rostro. Hermano se puso frente a ella y Ana vio la bondad en aquella cara.

Se podía decir que Hermano la irradiaba, del mismo modo que un astro desprende luz.

―Respira hondo. Eso es. ¿No quieres sentarte y tomarte tu tiempo?, hazlo solo cuando te sientas preparada.

―N.. no.

Ana habló de agarrones en el pelo, de “zorra” y de “puta”, nombró al aliento fétido, y por supuesto el puñetazo en la mandíbula. Explicó acerca de los dientes partidos, del sabor metálico de su propia sangre. Luego llegó la parte en que los vecinos avisaban a la policía, el empujón por las escaleras, los gritos, las patadas. El momento de los huesos partidos.

El horror estaba presente en todos los rostros que la rodeaban. No hubo ningún otro “Ánimo Ana” ni nada parecido. Algo atroz vibraba en la sala como una avispa furiosa.

Hermano sonrió.

―¿Cómo te encuentras Ana?

Por toda respuesta solo asintió. Siendo objetivos, realmente tenía mejor cara ahora que había sacado de dentro aquel capítulo sobre las atrocidades cometidas por el hijo puta de su marido.

Hermano la abrazó. Cuatro, cinco, hasta ocho personas más se levantaron para unirse al gesto. Ana empezó a llorar de nuevo pero por motivos muy distintos. El hombre bondadoso vestido con un hábito de esparto al que llamaban “Hermano” cogió el pequeño saquito que reposaba en el taburete a su lado, y esparció un material arenoso de color azul brillante sobre la palma de su mano. Los demás se apartaron de Ana y esta se preparó para lo que venía a continuación.

Hermano sopló. La arena azul formó una grácil nube que cubrió brevemente la cara de Ana, inundando cada poro, viajando a través de las fosas nasales y la boca, llenándola de una paz infinita.

―Respira, Ana. Respira profundamente, siente la luz, la vida, la paz en tu ser.

Todas estas cosas, y alguna más, inundaron la mente de Ana. Llevándola al verdadero país de las maravillas.

Cada una de las treinta personas que formaban el Círculo de la Luciérnaga pasaron por el mismo proceso. Se habló de adicciones, de madres que abandonan a sus hijos, de discriminación, violaciones, palizas, de robos cometidos y sufridos, de la familia, exparejas y no tan ex, ser una decepción, de máscaras y cosas impuestas. Historias sobre todas las desgracias que arruinaban sus vidas. Todos ellos contaron con el apoyo de los demás, y todos encontraron consuelo en las palabras, los abrazos, y el incienso arenoso de color azul que Hermano esparcía por toda la sala.

Ya no estaban solos. Ahora formaban parte de algo mucho más grande. Ahora todos eran uno con el Círculo de la Luciérnaga.

Hermano alzó la voz. “Toxoplasma gondii”.

“Tu fui ego eris” respondieron todos al unísono.

El hombre frente a ellos vestido con túnica de esparto alzó los brazos al decir “Cordyceps unilateralis”.

“Tu fui ego eris” cantaron todos.

“Leucochloridium paradoxum” gritó.

“Tu fui ego eris” respondió poderosamente el círculo.

―Queridos, podéis sentiros muy orgullosos de vosotros mismos por lo que habéis hecho hoy. Todos vosotros habéis sentido que en vuestras vidas eráis poco más que larvas, pero no, vuestra vida empieza hoy. La siguiente fase de vuestra existencia está a punto de empezar, el poder del cambio está en vosotros. Todos los presentes podéis llegar a brillar como estrellas en la noche, con fuerza, con poder, con luz. Despertando la grandiosa luciérnaga que hay en cada uno de vosotros.

Se abrazaron y felicitaron unos a otros. Sentían el poder del cambio en su interior. La siguiente etapa de sus vidas estaba empezando.

―Os recuerdo que este sábado nos encontraremos a las seis menos cuarto en Los Arenales para desayunar todos juntos y recoger la basura de la playa. El responsable del ayuntamiento me ha confirmado que tendremos unos contenedores de reciclaje a nuestra disposición. Hasta entonces, cuidaos mucho.

―¿Siempre hacéis este tipo de actividades?―preguntó Ana al salir.

―Supongo que sí―intervino Jaime―. ¿Recordáis que la semana pasada no pude venir?, porque me cambiaron el turno en el curro y eso. Pues un tío muy majo del grupo de los miércoles, con unas historias muy fuertes de drogas y que estuvo en la cárcel, me dijo que ellos fueron el mes pasado a merendar al bosque. Plantaron un montón de árboles, y una camioneta que les prestaron los del vertedero municipal la llenaron hasta arriba de basura. Si hasta recogieron una nevera vieja que estaba ahí tirada.

―¡Joder!

 

“Bienvenidos a un nuevo vídeo, queridos Curiosos”.

Los chavales atacaban con ganas sus almuerzos durante la hora del patio mientras el joven y escuálido Pedro, el autor del espontáneo “¡Joder!” anterior, escuchaba atentamente la voz en off que salía de su móvil. Imágenes del universo y anotaciones científicas de todo tipo aparecían en la pantalla mientras la voz presentaba el contenido que estaba a punto de ver.

“Muchos de vosotros habréis oído hablar de parásitos que controlan la mente, ya sea en películas, libros, o en la cuarta entrega de un famoso videojuego. Pero que quede bien claro, eso está muy lejos de ser ciencia―ficción. Hoy vengo a presentaro: Auténticos parásitos capaces de manipular el comportamiento de sus huéspedes. Comencemos”.

Una piedra describió un arco en el aire, aterrizando con fuerza sobre la frente de Pedro. El bocadillo se le cayó al suelo y un grupo de otros cuatro compañeros de su misma clase se rio a grandes carcajadas.

Pedro se levantó serenamente. Ahora tenía el poder consigo.

El líder de los imbéciles seguía riéndose exageradamente mientras sus acólitos le seguían el juego. Pero incluso el mono con dos platillos que tenía por cerebro intuía que algo andaba distinto en Pedro, el cual se acercó y le tendió la mano.

―No quiero pelear contigo.

―Cállate maricón.

Los tres acólitos agarraron a Pedro para que el imbécil supremo le pateara el estómago cómodamente. El chaval se dobló sobre sí mismo por el golpe, pero su expresión no varió. Se puso en pié de nuevo.

―¿Me estás vacilando, subnormal de mierda?

Agarró a Pedro por la solapa con una mano mientras con la otra le tiró del pelo hasta arrancar un mechón y seguir con una buena ración de puñetazos en el brazo. Los moratones no tardaron en salir. Pedro no chilló, no lloró, no suplicó. El imbécil supremo empezó a sentir algo parecido a una voz de alarma en su cabeza.

“…la hormiga lo come inocentemente, y el parásito pasa a controlar su mente. Obligándola a subir hasta las hojas más altas y ser presa fácil de cualquier pájaro insectívoro, que es el objetivo principal del parásito. Entonces…”.

Sin inmutarse, el joven Pedro se puso los pulgares en la boca, y luego apretó con ellos en los ojos del imbécil supremo, que le soltó chillando como un cerdo en el matadero. Pedro aún tuvo tiempo de escupir en la cara del acólito menos afortunado. Los otros dos se marcharon corriendo extrañados por lo ocurrido.

 

El coprotagonista del relato de Ana entró en casa, con el mismo aliento de la última vez y el cinturón en la mano. Pensaba divertirse de un modo u otro.

En el piso de estudiantes de arriba, enfrente de los vecinos que llamaron a la policía la última vez, un joven miraba casualmente el mismo vídeo que Pedro cuando Ana recibió el primer ataque. Un empujón para desequilibrarla, seguido de un golpe con el cinturón. Un clásico.

“…reconocen el olor a orina de gato y lo evitan. Pero este parásito hace que los ratones se sientan atraídos por ese olor, facilitando que el gato se los coma. Así es como el parásito llega a su huésped final y…”

Ana tampoco se inmutó pese al dolor que se extendía por su brazo.

―No quiero pelear contigo.

El cabrón no percibió lo extraño de la escena y se bajó los pantalones. Agarró a Ana por los hombros y tiró hacía su cuerpo maloliente.

Ella le besó en la boca. El parásito adulto subió una garganta y bajó por otra.

 

El CEO se agarraba el estómago por el dolor. Tumbado en el suelo de su oficina, entró en pánico cuando las ampollas azules empezaron a estallar.

Se enfureció cuando Jaime le aconsejó de no hacerlo y le invitó a recapacitar. Como respuesta, aquella sabandija con corbata le gritó y le amenazó. Plácidamente, Jaime se lamió los dedos y le tocó la cara. Ahora, el CEO no estaba convencido de que por conseguir más beneficios respecto al año pasado valiera la pena poner tantos padres y madres de familia en la calle para ahorrar sueldos.

“…inyectado en el interior de una oruga, u otro insecto, que desde este momento defenderá el saco de larvas con su propio cuerpo…”.

Ahora experimentaba el poder. Bendito sea el Círculo de la Luciérnaga.

 
 

Los cuerpos humanos en dónde vivían los Hermanos de la clase de los martes y de los miércoles entraron en la habitación de la que ahora era la Hermana Ana.

El patético ser estaba tumbado en la cama sobre un charco de su propia sangre y otros fluidos. Olía peor que de costumbre, que ya es decir. El cabrón de los golpes ya no tenía tantas ganas de diversión en aquel momento.

La lengua se le había hinchado tres veces su tamaño. Los sacos larvarios eclosionando en las paredes bucales, encías, y garganta le impedían gritar. Tampoco podía moverse. Las ampollas de esporas habían reventado varios días atrás y los pequeños habían profundizado en busca de alimento, creando millones de túneles en carne, hueso, y todo cuanto encontraban a su paso. El cabrón sentía el dolor de cada uno de los bocados de los cientos de larvas devorándole por dentro. Algunas crías habían llegado al cuerpo, dejándolo hinchado y podrido por momentos, llenando la habitación del olor rancio a carne en descomposición, pero respetando las funciones vitales, no fuera a ser que el huésped falleciera antes de terminar su labor.

“…diferenciando entre portadores, que terminan siendo adultos, e incubadores…”.

―Hola, Hermano Martes. Todo va según lo previsto.

―Hola, hermano Miércoles. Sí, así es.

El cabrón les miraba suplicante, con el ojo sano.

Los cuerpos humanos que habitaban abrieron la boca y los dos Hermanos se vieron en sus resplandecientes formas llenas de luz por primera vez en mucho tiempo.

―Es un hermoso planeta, ¿no te parece?

―Y que lo digas. Los mares son preciosos.

―Personalmente prefiero los bosques, y los amaneceres.

―Cierto, los amaneceres son una verdadera belleza.

―Sí. Y los animales, que maravilla de formas de vida.

―No pensé que nos llevara tanto trabajo hacer limpieza.

―Agotador. Pero un planeta habitable y unos huéspedes viviendo en paz bien valen la pena.

“Aquí termina el video de hoy. Dadle like y no olvidéis suscribiros si os ha gustado. Me despido de vosotros, mis queridos curiosos hasta la próxima ocasión. Un abrazo de luz”.


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