La nieve llevaba un buen rato cayendo sin parar. Espesa como la niebla apenas nos dejaba ver, pero también nos mantenía ocultos. Se amontonaba sobre nosotros, nos camuflaba con el entorno. Nuestras huellas, levemente perceptibles con nuestro paso lento y seguro, desaparecían a los pocos segundos. El clima estaba de nuestra parte, sabíamos aprovecharnos de él. Sin embargo, nuestra presa era igual de astuta que nosotros. Manteníamos el viento de frente para ocultar nuestro olor. Éramos rápidos, listos y formábamos el mejor equipo que pueda imaginarse. Localizamos nuestra presa. Una simple mirada le bastó a mi equipo para ejecutar la formación Pentágono. La rodeamos a una distancia prudente, ocultos, silenciosos... En el momento de atacar sabía que mi cuadrilla no me defraudaría, nunca lo hacen, nunca me dejan solo. No precisan orden de ningún tipo, cuando yo ataque, ellos atacaran. Somos precisos como un reloj, como una orquesta de la que soy director. La presa percibe el peligro. Ahora más que nunca debemos de actuar con inteligencia. Es un animal peligroso incluso para un grupo tan bien preparado como nosotros. El punto norte de la formación tiene el viento a su espalda, se deja ver, es el cebo. La presa pica y se dirige hacia él. Estamos listos, en nuestras posiciones. Cada músculo del cuerpo se mantiene tenso. Desde la retaguardia permanezco en la visión periférica del resto de mi equipo. Me preparo, salto, ataco. Ya es demasiado tarde para aquel animal cuando grita: “¡Lobo!”
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Revista de Ciencia Ficción y Fantasía. Club de escritores y lectores
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