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Relato : 'La anciana del bosque'


Sondra llegó con el atardecer a Valle Sombrío, una brecha en la tierra de cincuenta metros de alto y un kilómetro de ancho. Penetró en el valle por su lateral derecho, pues aquel era el lado por el cual se podía descender por una pendiente menos pronunciada. En el interior de la brecha la luz era cada vez más tenue, una semi-oscuridad acentuada por el brillo mortecino del atardecer. El viento en aquella zona era más fuerte, haciendo que largos mechones rojos cubrieran los ojos grises de Sondra, y que su capa malva oscura hondeara en todas direcciones enredándose en sus brazos bronceados cubiertos por delicados tatuajes rojos. Caminó contra el viento cuatrocientos metros, hasta que una bruma en la cual centellaban unos débiles destellos verdes, dio paso a una casa de techo bajo fabricada con bloques de tierra; en su entrada sin puerta, había clavados a ambos lados, unos bloques altos de piedra con forma de punta de lanza.

Sondra se detuvo a escasos metros de la entrada, asaltada por recuerdos y miedos infantiles. Se recordó con apenas seis años de edad, en la entrada de aquella misma cabaña en mitad de Valle Sombrío, enviada por las ancianas de la aldea tras la pérdida de su familia, para que su maestra, la dadora de respuestas, trazara un nuevo rumbo en la línea de su vida, concediéndole un nuevo nombre.

Se acercó con paso titubeante, pero ahora como una mujer, que de nuevo necesitaba respuestas. Necesitaba una señal de que su paso no se había desviado ni marcado por la deshonra. Sondra se detuvo en el umbral de la puerta, pues los vapores que emanaban del interior le impedían ver con claridad el interior. No quería entrar sin ver donde posaba su pie y mirada. Poco a poco sus ojos grises se acostumbraron a la bruma, hasta que logró distinguir una figura sentada sobre unas alfombras tras un débil fuego. Se fue acercando poco a poco. Quedó plantada a un metro de la anciana. Pero no parecía una anciana, al menos no como la recordaba. Su pelo era largo y blanco como la leche, pero su fina piel morena apenas estaba surcada por marcas, salvo una delgada línea bajo los ojos y otras dos débiles formas curvas en la comisura de los labios. A Sondra le parecía hermosa; aquella anciana debía tener sangre de hadas.

Su corazón se detuvo al percatarse de que al lado de la anciana había otra figura menuda sentada. El rostro de la pequeña era todo asombro, sus ojos grises la miraban con pasión y sus cabellos rojos refulgían con furia cerca de las llamas. Gruesas lágrimas comenzaron a correr por las mejillas de Sondra.

La anciana pasó un brazo sobre el hombro de la muchacha. Miró a Sondra directamente a los ojos, y habló.

––Mira lo que la llama te ha traído. Serás una mujer marcada por la senda del camino recto, tu piel será labrada por la palabra del viento, y tus ojos hablaran a todos con cuantos te cruces, de aquello en lo que podríamos convertirnos, si el corazón así nos lo permite. Dile, mujer marcada por el viento, cuál es tu nombre.

Ahora la anciana le hablaba directamente a ella. Sondra, aún con las mejillas mojadas, susurró a través de la bruma y las llamas:

––Mi nombre es Sondra, aquella que fue marcada por el viento.

La muchacha lloraba de alegría. La anciana la abrazó. Y la bruma las cubrió imposibilitando la visión de la estancia. Sondra volvió tras sus pasos con el corazón desbocado.

Cuando salió, vio que el interior de la casa estaba a oscuras, sin humos ni luces. Fuera era noche cerrada. El cielo estaba cubierto de luces, y el viento frío, azotaba su rostro con fuerza, limpiando sus mejillas.

Sondra susurró un débil -gracias- al viento helado de la noche, y salió marcada ahora también por la bruma del tiempo de Valle Sombrío.


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