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Fernando Salazar

Bendecido


Era el mejor en todo Sinaloa. Todos los "morritos" en Cosalá lo sabíamos. Nos parecía invencible con sus botas de cocodrilo y sus pistolas con concha nácar. Tenía su altarcito a la Santa Muerte, de la cual era muy devoto, en el Camino a Capellanes, casi llegando al Centro de Salud. Se enfrentó a los Beltrán Leyva y a los sicarios del Chapo. La Santa Muerte lo cuidaba, así como él procuraba su altar. Pero, un día, la canalla del Cártel Jalisco Nueva Generación, llegó a querer ampliar su territorio. Eran decenas con ametralladoras nuevecitas de la CIA, éso dicen. Después de acabar con toda la banda, a él lo acorralaron fuera del pueblo. Estaba agazapado detrás de una bardita, sin munición, con todos los enemigos acercándose. No temía morir, pero se encomendó a la Huesuda: "Mira Catrinita: si hoy me quiebran, pos ya nos veremos cara a cara, pero si salgo de ésta, cuidaré mejor de tus niños". "Muy bien, ya rugiste" le contestó una voz de mujer. Al voltear vió a una chica muy delgada, pero muy guapa a su lado. Vestía como él, hasta con un par de pistolas con concha nácar. Ella le dijo "A las tres, salimos echando bala". Él le sonrió. "Una... dos... ¡TRES!" Aún sabiendo que no tenía una sola bala, salió junto con ella de detrás de la barda. Disparando pausados, fueron eliminando a ésos pistoleros uno a uno, sin que fuesen ellos heridos ni una sola vez. Izquierda, derecha, uno atrás, otro arriba al frente, juntos se abrieron camino, matando canalla. La chica se carcajeaba a todo pulmón. Él se sintió feliz, pues qué mejor que ser sicario con la Muerte a tu lado.


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