
Una refrescante brisa marina me despertó de una incómoda pesadilla. Esclavo de la monotonía, me atavié y salí de una casa que siempre consideré bohemia, a escasos metros del océano. El sonido de las gaviotas ponía banda sonora a un paisaje que conocía como la palma de mi mano. Especias, alhajas y rumores de todos los rincones del mundo desembarcaban a manos de fornidos brazos forjados en la pugna contra las olas. Al fondo, con sus características velas moradas y su olor a secretos, se encontraba la embarcación que me llevaría más allá del abismo, al fondo de la nada, dentro de lo imposible, sobre lo razonable, tras las leyendas.